El primero de enero de 1891 apareció publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York el ensayo titulado "Nuestra América", bajo la firma de José Martí.
Esa publicación, que ya había abierto antes sus páginas al cubano, era un mensuario de pensamiento y de letras, de impresión que podría considerarse de cierto lujo, cuyo editor propietario fue el panameño Elías de Losada.
Es casi seguro, desde luego, que los primeros lectores del texto martiano fueran los integrantes del reducido grupo de intelectuales latinoamericanos entonces residentes en la ciudad del Norte, buena parte de ellos bien conocidos por Martí y colaboradores suyos en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, fundada algunos años antes.
No es de dudar que la revista también tuviera grata y sistemática acogida en muchos lugares de Hispanoamérica.
El 30 del mismo mes, con ligeras variantes, el escrito fue publicado en el diario El Partido Liberal, de la Ciudad de México, en el que el Maestro compartía desde 1886 con La Nación, de Buenos Aires, sus "Escenas norteamericanas", las crónicas que le convirtieron en escritor admirado y guía del naciente movimiento modernista de las letras en español.
No sabemos si "Nuestra América" le fue expresamente solicitado para su reproducción en el periódico mexicano o si su envío formó parte de una estrategia editorial de su autor.
En verdad, este ensayo no es propiamente una escena norteamericana, aunque hay algunos casos excepcionales en tal sentido en lo publicado por Martí en ese diario.
De todos modos, uno se pregunta, sin embargo, por qué no se incluyó en La Nación. ¿Su autor no lo remitió allá o sería desechado por el editor argentino?
El hecho real es que ambas publicaciones, la neoyorquina y la mexicana, garantizaron a "Nuestra América", muy probablemente, un público lector relativamente amplio por nuestra región, atraído por el conocimiento de la firma y por el tema del escrito.
Las causas del fracaso republicano de Hispanoamérica eran materias de viejo interés entre la clase ilustrada del continente, cuyo debate se actualizó desde que a mediados del siglo XIX las reformas liberales fueron intentando la formación de la nación moderna en nuestras sociedades.
Martí, pues, no estaba entregando un tema nuevo, sino que la originalidad de su texto se asienta en sus respuestas totalmente diferentes a las que solían dictarse entonces y, sobre todo, en la perspectiva con que organiza sus ideas desde una lógica contrapuesta a la razón moderna.
No es casual que el cubano escribiera aquel ensayo iluminador en ese momento. La propia evolución de su pensamiento y la interrelación de aquella con las circunstancias del año 1889, permiten comprender que "Nuestra América" fue un texto casi imposible de ser creado varios años atrás.
Al mismo tiempo, marca un hito significativo e imprescindible en esa evolución que conduciría a Martí tras su publicación, de modo natural, a diseñar y exponer una estrategia liberadora para la región, con pretensiones universales, y su inmediata puesta en marcha mediante la gran pelea de su vida:
Organizar a los patriotas en el Partido Revolucionario Cubano, a fin de impulsar la guerra necesaria y alcanzar la independencia de Cuba y Puerto Rico, las Antillas libres que habrían de cortar la posibilidad de la expansión de Estados Unidos hacia el Sur y desde las que se encaminaría la acción concertada de toda nuestra América.
El ensayo, entonces, fue elaborado justamente en la ocasión precisa en que su autor debía sintetizar su análisis sobre nuestra región y en que esta requería de una interpretación de su problemática capaz de asegurarle el mantenimiento de su soberanía y la apertura de los caminos para un futuro propio. Ahí descansa la importancia de aquellas publicaciones al comienzo de 1891.
Desde su arribo a México en 1875, y durante sus estancias en Guatemala entre 1877 y 1878 y en Venezuela durante el primer semestre de 1881, Martí se preocupó por caracterizar la identidad continental, motivado por los debates y la ejecutoria de los gobiernos liberales que conoció en esos países y por las realidades histórico-sociales que conoció en ellos.
Atrapado en el medio de la fabulosa y contradictoria expansión finisecular de la modernidad industrial capitalista, el joven intelectual cubano manifestó una voluntad latinoamericanista que marcaría indeleblemente su acción como líder político durante su madurez.
A los 24 años de edad, decía en Guatemala que su oficio era "engrandecer a América, estudiar sus fuerzas y revelárselas". Y a los 28, señalaba en Venezuela su consagración urgente a revelar, sacudir y fundar la América.
No se trataba de osada altisonancia juvenil en quien desde sus días mexicanos había comenzado a emplear el término de nuestra América para contrastar la riqueza espiritual de nuestra región con el sentido de la razón europea: "Si Europa fuera el cerebro, nuestra América sería el corazón."
A su llegada a Guatemala, país que incluso superaba a México en cuanto a su mayoría poblacional aborigen, había expresado una concepción de gran importancia teórica, histórica, cultural y antropológica que le situó en la posibilidad de ofrecer más adelante una nueva dimensión de lo nuestroamericano:
Éramos un pueblo nuevo resultado de un proceso antagónico mediante el choque de dos civilizaciones, la indígena y la conquistadora, por ello mestizo en la forma, y requerido de la unidad ante la semejanza de sus orígenes y constitución.
Así, la voluntad latinoamericanista se sostenía en él desde joven, tanto en una sensibilidad particular hacia el alma continental como en el brillante criterio de la condición mestiza y novedosa de estos pueblos.
A lo largo de los años 80, su acelerada, profunda, rica y variada madurez de personalidad y como intelectual y líder político, se asentó en su notable comprensión de que se vivía una época de tránsito a escala planetaria que junto a fenómenos económicos, como la formación de los monopolios, y sociales, como la creciente polarización y enfrentamiento entre capitalistas y trabajadores, incluía un serio resquebrajamiento de los valores espirituales.
La crisis finisecular de la modernidad industrial, que atormentó a tantos, especialmente a los artistas, fue magistral y singularmente descrita por Martí en su "Prólogo al Poema del Niágara" de su amigo venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde.
Aquellos tiempos que calificó "de reenquiciamiento y remolde" no le amilanaron, sino que acicatearon su voluntad batalladora latinoamericanista.
Y mientras intentaba echar adelante la libertad de su isla se dedicó a crear una verdadera conciencia acerca de la comunidad de problemas e intereses de nuestra región entre la clase letrada hispanoamericana, sus posibles lectores, aprovechando el auge por entonces de las publicaciones periódicas.
El ensayo "Nuestra América" se nos anuncia y prefigura en su obra desde los años 80, particularmente en "Un voyage à Venezuela", un manuscrito en francés que se interrumpe durante su enumeración y enjuiciamiento de los problemas continentales, precisamente cuando iba a desarrollar sus ideas de la dicotomía entre el campo, donde veía a Persia, y la ciudad, que asimilaba a París.
Lamentablemente, en ese texto incompleto, escrito al parecer durante el segundo semestre de 1881, nos quedamos sin su análisis total de la dicotomía entre ambas zonas culturales y sociales de la región, entre su postura ante el conflicto entre tradición y modernidad.
Pero en las hojas de que disponemos se puede leer que estudiar los problemas de Venezuela es hacerlo con toda nuestra América, y en ellas está implícita la lógica que al respecto desarrollaría en 1891 en "Nuestra América" al postular que no había batalla entre civilización y barbarie sino entre falsa erudición y naturaleza: se trataba de conocernos en nuestras particularidades y de no pretender el encuadre de estas en los moldes importados de Europa y Estados Unidos.
Y en el texto anterior se expresa así:"aquí se desprecia el estudio de los asuntos esenciales de la patria; no se sueña con soluciones extranjeras para problemas originales; aquí lo quieren aplicar a sentimientos absolutamente genuinos, fórmulas políticas y económicas nacidas de elementos del todo diferentes."
En "Un voyage à Venezuela", el escritor que transitaba ya hacia su madurez literaria, emplea una imagen para expresar las disparidades y desajustas de nuestra región, que se traduce así al español: "Estos pueblos tienen una cabeza de gigantes y un corazón de héroe en un cuerpo de hormiga loca."
El débil cuerpo no puede sustentar la cabeza ni el corazón. Es el mimo procedimiento discursivo y literario del ensayo publicado en 1891, cuando dirá, quizás con mayor precisión de su criterio: "Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño."
Mas hay otra zona de la escritura martiana que desbroza el camino hacia "Nuestra América". Me refiero a sus numerosos escritos en el periódico mensual La América, publicado en Nueva York, para el cual colaboró desde 1883 y que dirigió durante 1884.
Aunque no se ha hallado una colección completa, en los números conservados salta a la vista de inmediato que desde ellos Martí lanzó una campaña por la unidad continental como la verdadera solución a la contraposición entre tradición y modernidad.
Con fino juicio, el cubano insiste en esos escritos en que la unión es la única manera de dejar atrás todo aquello que impedía a nuestros pueblos incorporar la modernidad desde y en función de su propia tradición, de sus propios requerimientos.
De hecho en el conjunto de textos para La América, se pone en evidencia en todos sus análisis el criterio que sintetizaría en magistral fórmula en "Nuestra América: "Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas."
Desde la revista mensual Martí explicita más de una vez la necesidad urgente de esa unión en el "colosal" peligro que representaba ya para nuestra América la emergencia de Estados Unidos como potencia moderna.
Califica de "inevitable" el encuentro con la nación del Norte y llama a prepararse adecuadamente para ello, "compactos en espíritu y unos en la marcha". Y, como en el ensayo de 1891, destaca la importancia en todo ello de las ideas, de la conciencia: "Pensar es prever."
Justificaba así, al mismo tiempo, tanto su propia labor intelectual de previsión y alerta mediante la escritura, como su repetida crítica a la incompetencia de la clase letrada del continente.
Curiosa manera la de Martí para atraer a sus lectores, a esa misma clase letrada, de la que dijo en "Un voyage à Venezuela": "Resulta, pues una inconformidad absoluta entre la educación de la clase dirigente, y las necesidades reales y urgentes del pueblo que debe ser dirigido."
En verdad, sus apreciaciones durante el decenio de los 80 constituyen un sistemático debate con las actitudes e ideas, y sobre todo con la lógica del razonamiento de aquella.
El debate, más que el diálogo, se desató para Martí desde su Revista Venezolana, de Caracas, en 1881, en cuyos dos únicos números enfrentó perspectivas y juicios adversos a los suyos, como señala en "Propósitos" y en "El carácter de la Revista Venezolana", ambos textos verdaderos llamados a emplear el talento en bien de nuestra América, y a que la intelectualidad tuviese una actitud creadora, sostenida en el conocimiento de lo nuestro.
A veces, como hace en un artículo de La América, el pronombre en plural que le incluye también a él parece atenuar su crítica: "así vivimos suspensos de toda idea y grandeza ajena, que trae cuño de Francia o de Norteamérica".
Pero la fuerza de su rechazo se impone, y el párrafo anterior continúa así, con el lapidario adverbio: "y en levantar bellacamente en suelo de cierto estado y de cierta historia, ideas nacidas de otro Estado y de otra historia, perdemos las fuerzas que nos hacen falta para presentarnos al mundo".
Se anunciaba así la airada desestimación de los "sietemesinos", de "los faltos de valor", de "los insectos dañinos", como describe en Nuestra América a los "letrados artificiales", al "criollo exótico", a los portadores de "la falsa erudición".
No hay suavidad sino franca dureza en el enjuiciamiento de Martí, quien obviamente busca conmover, sacudir la conciencia de esa clase letrada y lo que en ella pueda haber de patriotismo.
Es el líder político cuya sagacidad se aprecia en "Madre América", su discurso ante los delegados los estados de América Latina a la Conferencia Internacional Americana de Washington, convocada por Estados Unidos para enyugar económicamente a la región en sus designios.
Leído ante ese auditorio de diplomáticos el 19 de diciembre de 1889, este escrito es el antecedente más inmediato del ensayo "Nuestra América". El cubano quería y necesitaba convencer a los representantes de las naciones latinoamericanas de las intenciones estadounidenses y de que no aceptaran la postura anexionista hacia Cuba.
Por eso esta pieza oratoria se enzarza en un emotivo recorrido por la epopeya de las luchas independentistas, el primer momento verdadero de nuestra América, y culmina afirmando que en los latinoamericanos residentes en el país norteño "la admiración justa y el estudio útil y sincero de lo ajeno, el estudio sin cristales de présbita ni de miope, no nos debilita el amor ardiente, salvador y santo de lo propio."
Este era, digámoslo así, el modelo del intelectual latinoamericano al que Martí aspiraba de alguna manera un retrato de sí mismo, y cuya actitud debió ser seguida por esos diplomáticos que le escuchaban.
Vencido el deseo expansionista de Estados Unidos en aquella Conferencia, o más bien obligada ser aplazada o a buscar quizás otros caminos más directos y expeditos, como se respira en el aliento martiano de aquella época, el pensador que preveía y que así servía a Cuba y a toda nuestra América se sintió obligado a dar la clave del enigma continental: "Nuestra América", texto escrito con toda seguridad a finales de 1890.
Se cerraba un capítulo y se abría otro de la gran batalla martiana por el "bien mayor del hombre": el ensayo cenital culminaba brillantemente un largo periodo de estudio y fundamentaría desde entonces la enorme pelea de su autor para acelerar la independencia de las Antillas españolas, en beneficio, desde luego, de la justicia para los hijos de esas islas, y también para contribuir al equilibrio de América y del mundo.
Esa publicación, que ya había abierto antes sus páginas al cubano, era un mensuario de pensamiento y de letras, de impresión que podría considerarse de cierto lujo, cuyo editor propietario fue el panameño Elías de Losada.
Es casi seguro, desde luego, que los primeros lectores del texto martiano fueran los integrantes del reducido grupo de intelectuales latinoamericanos entonces residentes en la ciudad del Norte, buena parte de ellos bien conocidos por Martí y colaboradores suyos en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, fundada algunos años antes.
No es de dudar que la revista también tuviera grata y sistemática acogida en muchos lugares de Hispanoamérica.
El 30 del mismo mes, con ligeras variantes, el escrito fue publicado en el diario El Partido Liberal, de la Ciudad de México, en el que el Maestro compartía desde 1886 con La Nación, de Buenos Aires, sus "Escenas norteamericanas", las crónicas que le convirtieron en escritor admirado y guía del naciente movimiento modernista de las letras en español.
No sabemos si "Nuestra América" le fue expresamente solicitado para su reproducción en el periódico mexicano o si su envío formó parte de una estrategia editorial de su autor.
En verdad, este ensayo no es propiamente una escena norteamericana, aunque hay algunos casos excepcionales en tal sentido en lo publicado por Martí en ese diario.
De todos modos, uno se pregunta, sin embargo, por qué no se incluyó en La Nación. ¿Su autor no lo remitió allá o sería desechado por el editor argentino?
El hecho real es que ambas publicaciones, la neoyorquina y la mexicana, garantizaron a "Nuestra América", muy probablemente, un público lector relativamente amplio por nuestra región, atraído por el conocimiento de la firma y por el tema del escrito.
Las causas del fracaso republicano de Hispanoamérica eran materias de viejo interés entre la clase ilustrada del continente, cuyo debate se actualizó desde que a mediados del siglo XIX las reformas liberales fueron intentando la formación de la nación moderna en nuestras sociedades.
Martí, pues, no estaba entregando un tema nuevo, sino que la originalidad de su texto se asienta en sus respuestas totalmente diferentes a las que solían dictarse entonces y, sobre todo, en la perspectiva con que organiza sus ideas desde una lógica contrapuesta a la razón moderna.
No es casual que el cubano escribiera aquel ensayo iluminador en ese momento. La propia evolución de su pensamiento y la interrelación de aquella con las circunstancias del año 1889, permiten comprender que "Nuestra América" fue un texto casi imposible de ser creado varios años atrás.
Al mismo tiempo, marca un hito significativo e imprescindible en esa evolución que conduciría a Martí tras su publicación, de modo natural, a diseñar y exponer una estrategia liberadora para la región, con pretensiones universales, y su inmediata puesta en marcha mediante la gran pelea de su vida:
Organizar a los patriotas en el Partido Revolucionario Cubano, a fin de impulsar la guerra necesaria y alcanzar la independencia de Cuba y Puerto Rico, las Antillas libres que habrían de cortar la posibilidad de la expansión de Estados Unidos hacia el Sur y desde las que se encaminaría la acción concertada de toda nuestra América.
El ensayo, entonces, fue elaborado justamente en la ocasión precisa en que su autor debía sintetizar su análisis sobre nuestra región y en que esta requería de una interpretación de su problemática capaz de asegurarle el mantenimiento de su soberanía y la apertura de los caminos para un futuro propio. Ahí descansa la importancia de aquellas publicaciones al comienzo de 1891.
Desde su arribo a México en 1875, y durante sus estancias en Guatemala entre 1877 y 1878 y en Venezuela durante el primer semestre de 1881, Martí se preocupó por caracterizar la identidad continental, motivado por los debates y la ejecutoria de los gobiernos liberales que conoció en esos países y por las realidades histórico-sociales que conoció en ellos.
Atrapado en el medio de la fabulosa y contradictoria expansión finisecular de la modernidad industrial capitalista, el joven intelectual cubano manifestó una voluntad latinoamericanista que marcaría indeleblemente su acción como líder político durante su madurez.
A los 24 años de edad, decía en Guatemala que su oficio era "engrandecer a América, estudiar sus fuerzas y revelárselas". Y a los 28, señalaba en Venezuela su consagración urgente a revelar, sacudir y fundar la América.
No se trataba de osada altisonancia juvenil en quien desde sus días mexicanos había comenzado a emplear el término de nuestra América para contrastar la riqueza espiritual de nuestra región con el sentido de la razón europea: "Si Europa fuera el cerebro, nuestra América sería el corazón."
A su llegada a Guatemala, país que incluso superaba a México en cuanto a su mayoría poblacional aborigen, había expresado una concepción de gran importancia teórica, histórica, cultural y antropológica que le situó en la posibilidad de ofrecer más adelante una nueva dimensión de lo nuestroamericano:
Éramos un pueblo nuevo resultado de un proceso antagónico mediante el choque de dos civilizaciones, la indígena y la conquistadora, por ello mestizo en la forma, y requerido de la unidad ante la semejanza de sus orígenes y constitución.
Así, la voluntad latinoamericanista se sostenía en él desde joven, tanto en una sensibilidad particular hacia el alma continental como en el brillante criterio de la condición mestiza y novedosa de estos pueblos.
A lo largo de los años 80, su acelerada, profunda, rica y variada madurez de personalidad y como intelectual y líder político, se asentó en su notable comprensión de que se vivía una época de tránsito a escala planetaria que junto a fenómenos económicos, como la formación de los monopolios, y sociales, como la creciente polarización y enfrentamiento entre capitalistas y trabajadores, incluía un serio resquebrajamiento de los valores espirituales.
La crisis finisecular de la modernidad industrial, que atormentó a tantos, especialmente a los artistas, fue magistral y singularmente descrita por Martí en su "Prólogo al Poema del Niágara" de su amigo venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde.
Aquellos tiempos que calificó "de reenquiciamiento y remolde" no le amilanaron, sino que acicatearon su voluntad batalladora latinoamericanista.
Y mientras intentaba echar adelante la libertad de su isla se dedicó a crear una verdadera conciencia acerca de la comunidad de problemas e intereses de nuestra región entre la clase letrada hispanoamericana, sus posibles lectores, aprovechando el auge por entonces de las publicaciones periódicas.
El ensayo "Nuestra América" se nos anuncia y prefigura en su obra desde los años 80, particularmente en "Un voyage à Venezuela", un manuscrito en francés que se interrumpe durante su enumeración y enjuiciamiento de los problemas continentales, precisamente cuando iba a desarrollar sus ideas de la dicotomía entre el campo, donde veía a Persia, y la ciudad, que asimilaba a París.
Lamentablemente, en ese texto incompleto, escrito al parecer durante el segundo semestre de 1881, nos quedamos sin su análisis total de la dicotomía entre ambas zonas culturales y sociales de la región, entre su postura ante el conflicto entre tradición y modernidad.
Pero en las hojas de que disponemos se puede leer que estudiar los problemas de Venezuela es hacerlo con toda nuestra América, y en ellas está implícita la lógica que al respecto desarrollaría en 1891 en "Nuestra América" al postular que no había batalla entre civilización y barbarie sino entre falsa erudición y naturaleza: se trataba de conocernos en nuestras particularidades y de no pretender el encuadre de estas en los moldes importados de Europa y Estados Unidos.
Y en el texto anterior se expresa así:"aquí se desprecia el estudio de los asuntos esenciales de la patria; no se sueña con soluciones extranjeras para problemas originales; aquí lo quieren aplicar a sentimientos absolutamente genuinos, fórmulas políticas y económicas nacidas de elementos del todo diferentes."
En "Un voyage à Venezuela", el escritor que transitaba ya hacia su madurez literaria, emplea una imagen para expresar las disparidades y desajustas de nuestra región, que se traduce así al español: "Estos pueblos tienen una cabeza de gigantes y un corazón de héroe en un cuerpo de hormiga loca."
El débil cuerpo no puede sustentar la cabeza ni el corazón. Es el mimo procedimiento discursivo y literario del ensayo publicado en 1891, cuando dirá, quizás con mayor precisión de su criterio: "Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño."
Mas hay otra zona de la escritura martiana que desbroza el camino hacia "Nuestra América". Me refiero a sus numerosos escritos en el periódico mensual La América, publicado en Nueva York, para el cual colaboró desde 1883 y que dirigió durante 1884.
Aunque no se ha hallado una colección completa, en los números conservados salta a la vista de inmediato que desde ellos Martí lanzó una campaña por la unidad continental como la verdadera solución a la contraposición entre tradición y modernidad.
Con fino juicio, el cubano insiste en esos escritos en que la unión es la única manera de dejar atrás todo aquello que impedía a nuestros pueblos incorporar la modernidad desde y en función de su propia tradición, de sus propios requerimientos.
De hecho en el conjunto de textos para La América, se pone en evidencia en todos sus análisis el criterio que sintetizaría en magistral fórmula en "Nuestra América: "Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas."
Desde la revista mensual Martí explicita más de una vez la necesidad urgente de esa unión en el "colosal" peligro que representaba ya para nuestra América la emergencia de Estados Unidos como potencia moderna.
Califica de "inevitable" el encuentro con la nación del Norte y llama a prepararse adecuadamente para ello, "compactos en espíritu y unos en la marcha". Y, como en el ensayo de 1891, destaca la importancia en todo ello de las ideas, de la conciencia: "Pensar es prever."
Justificaba así, al mismo tiempo, tanto su propia labor intelectual de previsión y alerta mediante la escritura, como su repetida crítica a la incompetencia de la clase letrada del continente.
Curiosa manera la de Martí para atraer a sus lectores, a esa misma clase letrada, de la que dijo en "Un voyage à Venezuela": "Resulta, pues una inconformidad absoluta entre la educación de la clase dirigente, y las necesidades reales y urgentes del pueblo que debe ser dirigido."
En verdad, sus apreciaciones durante el decenio de los 80 constituyen un sistemático debate con las actitudes e ideas, y sobre todo con la lógica del razonamiento de aquella.
El debate, más que el diálogo, se desató para Martí desde su Revista Venezolana, de Caracas, en 1881, en cuyos dos únicos números enfrentó perspectivas y juicios adversos a los suyos, como señala en "Propósitos" y en "El carácter de la Revista Venezolana", ambos textos verdaderos llamados a emplear el talento en bien de nuestra América, y a que la intelectualidad tuviese una actitud creadora, sostenida en el conocimiento de lo nuestro.
A veces, como hace en un artículo de La América, el pronombre en plural que le incluye también a él parece atenuar su crítica: "así vivimos suspensos de toda idea y grandeza ajena, que trae cuño de Francia o de Norteamérica".
Pero la fuerza de su rechazo se impone, y el párrafo anterior continúa así, con el lapidario adverbio: "y en levantar bellacamente en suelo de cierto estado y de cierta historia, ideas nacidas de otro Estado y de otra historia, perdemos las fuerzas que nos hacen falta para presentarnos al mundo".
Se anunciaba así la airada desestimación de los "sietemesinos", de "los faltos de valor", de "los insectos dañinos", como describe en Nuestra América a los "letrados artificiales", al "criollo exótico", a los portadores de "la falsa erudición".
No hay suavidad sino franca dureza en el enjuiciamiento de Martí, quien obviamente busca conmover, sacudir la conciencia de esa clase letrada y lo que en ella pueda haber de patriotismo.
Es el líder político cuya sagacidad se aprecia en "Madre América", su discurso ante los delegados los estados de América Latina a la Conferencia Internacional Americana de Washington, convocada por Estados Unidos para enyugar económicamente a la región en sus designios.
Leído ante ese auditorio de diplomáticos el 19 de diciembre de 1889, este escrito es el antecedente más inmediato del ensayo "Nuestra América". El cubano quería y necesitaba convencer a los representantes de las naciones latinoamericanas de las intenciones estadounidenses y de que no aceptaran la postura anexionista hacia Cuba.
Por eso esta pieza oratoria se enzarza en un emotivo recorrido por la epopeya de las luchas independentistas, el primer momento verdadero de nuestra América, y culmina afirmando que en los latinoamericanos residentes en el país norteño "la admiración justa y el estudio útil y sincero de lo ajeno, el estudio sin cristales de présbita ni de miope, no nos debilita el amor ardiente, salvador y santo de lo propio."
Este era, digámoslo así, el modelo del intelectual latinoamericano al que Martí aspiraba de alguna manera un retrato de sí mismo, y cuya actitud debió ser seguida por esos diplomáticos que le escuchaban.
Vencido el deseo expansionista de Estados Unidos en aquella Conferencia, o más bien obligada ser aplazada o a buscar quizás otros caminos más directos y expeditos, como se respira en el aliento martiano de aquella época, el pensador que preveía y que así servía a Cuba y a toda nuestra América se sintió obligado a dar la clave del enigma continental: "Nuestra América", texto escrito con toda seguridad a finales de 1890.
Se cerraba un capítulo y se abría otro de la gran batalla martiana por el "bien mayor del hombre": el ensayo cenital culminaba brillantemente un largo periodo de estudio y fundamentaría desde entonces la enorme pelea de su autor para acelerar la independencia de las Antillas españolas, en beneficio, desde luego, de la justicia para los hijos de esas islas, y también para contribuir al equilibrio de América y del mundo.
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