En el vasto firmamento de celebridades de la así llamada “música de concierto”, destacan aún más personas libérrimas que despiertan en dosis semejantes aplausos que envidia, esa manera triste de reconocer el mérito del otro.
Philip Glass, Bobby McFerrin, Keith Jarrett, son apenas tres ejemplos de músicos que gozan de cariños multitudinarios y de celos escondidos debido a sus virtudes y/o “pecados”: son geniales, pero sobre todo tienen éxito.
En ese apartado entraría otro de esos artistas que, como los arriba nombrados, son inclasificables: el violinista británico Nigel Kennedy, quien ha vendido más de un millón de copias de su versión trepidante de Las cuatro estaciones, de Vivaldi, ejecutante sublime en Bach, amoroso en Mozart, y a quien le gusta mucho el jazz, el rock. Un hombre libre.
Su afeite punk, su carácter despatarrado, sentido del humor contagioso, su amabilidad, su espectacularidad en escena: salta, baila, brincotea mientras interpreta música como el mejor entre los mejores relamidos.
La nueva aventura del músico es una delicia y se titula así: Shhh!
El mero título retrata el talante de su autor. Con su quinteto, integrado por fabulosos músicos polacos, el maestro de apellido célebre (su padre se llama John Kennedy, sin F, en una familia de músicos transgeneracionales), entrega una caja de sorpresas que para algunos sería jazz “eléctrico” (más bien, electrizante) pero que en realidad transita por territorios tan novedosos y tan clásicos al mismo tiempo como todo aquello que el libre albedrío, es decir, el arte de la improvisación en música, conduce a puertos fascinantes.
Inicia entre sonidos de música electrónica y un ambiente similar al del arranque de la Novena Sinfonía de Mahler y se adentra en territorios del heavy metal, el hip hop, el rock pesado, el pop (hay una colaboración de su amigo Boy George), la música de cámara más fina.
Philip Glass, Bobby McFerrin, Keith Jarrett, son apenas tres ejemplos de músicos que gozan de cariños multitudinarios y de celos escondidos debido a sus virtudes y/o “pecados”: son geniales, pero sobre todo tienen éxito.
En ese apartado entraría otro de esos artistas que, como los arriba nombrados, son inclasificables: el violinista británico Nigel Kennedy, quien ha vendido más de un millón de copias de su versión trepidante de Las cuatro estaciones, de Vivaldi, ejecutante sublime en Bach, amoroso en Mozart, y a quien le gusta mucho el jazz, el rock. Un hombre libre.
Su afeite punk, su carácter despatarrado, sentido del humor contagioso, su amabilidad, su espectacularidad en escena: salta, baila, brincotea mientras interpreta música como el mejor entre los mejores relamidos.
La nueva aventura del músico es una delicia y se titula así: Shhh!
El mero título retrata el talante de su autor. Con su quinteto, integrado por fabulosos músicos polacos, el maestro de apellido célebre (su padre se llama John Kennedy, sin F, en una familia de músicos transgeneracionales), entrega una caja de sorpresas que para algunos sería jazz “eléctrico” (más bien, electrizante) pero que en realidad transita por territorios tan novedosos y tan clásicos al mismo tiempo como todo aquello que el libre albedrío, es decir, el arte de la improvisación en música, conduce a puertos fascinantes.
Inicia entre sonidos de música electrónica y un ambiente similar al del arranque de la Novena Sinfonía de Mahler y se adentra en territorios del heavy metal, el hip hop, el rock pesado, el pop (hay una colaboración de su amigo Boy George), la música de cámara más fina.
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