Magnetismo y gravedad.

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viernes, 8 de abril de 2011

Medio siglo de "Bomarzo".



MANUEL MUJICA Láinez nació en Buenos Aires en 1910 y murió en 1984 en su finca "El Paraíso", de Córdoba, Argentina. Fue el vástago de una familia ilustre cuyos ancestros llegaron hasta Juan de Garay, el fundador de Buenos Aires. De los 13 a los 15 años estudió en París mientras su familia viajaba por Europa. A los 22 años ya era redactor del diario La Nación, la voz de la oligarquía argentina, y en 1949 apareció su primer libro de relatos, Aquí vivieron, al que siguió un volumen precioso, Misteriosa Buenos Aires. Luego, tras una casi media docena de novelas que fueron afianzando su prestigio de narrador ameno y diestro, en 1962 dejó caer en el planeta literario el aerolito llamado Bomarzo. Ese mismo año aparecerá también (opacada por el triunfo clamoroso de la novela) su traducción de 50 sonetos de Shakespeare. A partir de ese momento, y hasta 1984, publicará nueve novelas más, la traducción de la Fedra de Racine, dos tomos de crónicas periodísticas y varios libros de cuentos, el último de ellos -titulado Un novelista en el Museo del Prado- el mismo año de su muerte. Pero, ni tan siquiera su canto de amor al Colón de Buenos Aires en el magnífico fresco El Gran Teatro, nada igualará ni sobrepasará el cénit que significa Bomarzo, aquella obra donde dejó su impronta indeleble de deicida, para asumir la terminología de Vargas Llosa.

MONSTRUOS Y DEFORMES. Bomarzo es una novela que de algún modo se inscribe en una tradición ya homologada por la crítica literaria, que arranca con El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde en 1886, o quizás incluso con Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, en 1831, y continúa con El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde (1891), Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand (1897), Orlando, de Virginia Woolf (1928), El enano, del premio Nobel sueco Par Lagerkvist (1944), y El tambor de hojalata, de Günter Grass (1959), publicada esta última tres años antes que la novela de Mujica Láinez. Esta es una línea de pensamiento muy rica en posibilidades de investigación: cómo es que la teratología, o sea la especialidad que estudia las causas de las malformaciones, se convierte en cantera literaria. Pero no por el procedimiento de la sátira inventora de criaturas quiméricas, como en el Gulliver de Jonathan Swift, o la novela gótica con ribetes científicos, al estilo del Frankenstein de Mary Woolstonecraft Godwin, la esposa de Shelley, y ya en el siglo XX la variante esotérica representada por El Golem de Gustav Meyrink.

El tema es que se le dé protagonismo humano, demasiado humano, a lo teratológico nuestro de cada día, al monstruo y al deforme, dos categorías distintas y no por cierto siempre homologables. Una obra de teatro de Buero Vallejo, Casi un cuento de hadas, propone la solución dual del monstruo deforme, el príncipe Riquet el del copete, interpretado por dos actores, uno caracterizado como de mala constitución física, cargado de espaldas y pavoroso; y el otro hermoso y gallardo.

EL HIJO DE SU TIEMPO. Cabe preguntarse por qué necesitó el autor recargar a Bomarzo con tanto lastre historiográfico. No tenía necesidad alguna de demostrar que era un conocedor de la época. Y el narrador, Pier Francesco Orsini, tampoco tiene necesidad alguna, cada vez que se tercia, de andar repitiendo que no se exculpa ni justifica, porque en su época las cosas sucedían así. Basta imaginarse unas hipotéticas memorias de César Borgia, en las que a cada instante se lavase las manos de sus crímenes disculpándose con que eran cosas de esos tiempos. Si Mujica Láinez hubiera estado seguro de su personaje, no lo habría hecho reivindicarse tantas veces "hijo de su tiempo", de ese modo retórico que lo hace: los lectores de Bomarzo lo percibirían a más tardar tras el asesinato de su paje. Como perciben el latido de la Francia profunda los lectores del díptico de Heinrich Mann sobre Enrique IV, mediante la mera mención de sucesos. El fresco de Mujica Láinez recuerda más El bosque de la larga espera, de la neerlandesa Hella Haasse, su obra capital sobre la vida del rey poeta Carlos de Orléans: polícromo, vistoso... y plano, plano como un gobelino. Siendo así que a Bomarzo le habría convenido mejor un bajorrelieve.

CERVANTES Y PEDRO DE MENDOZA. Es conveniente contar lo incontable, es decir, el argumento de Bomarzo. Porque en rigor no lo hay. Es un relato narrado en primera persona por el segundón del Ducado de Bomarzo, el giboso Pier Francesco, quien accede al título y a las posesiones ducales gracias a que el primogénito, y por tanto mayorazgo, muere en circunstancias que son indirectamente imputables al protagonista. Todo el relato se reduce a una relación puntual -demasiado recargada- de la vida de este Orsini, familiarmente llamado Vicino, y de las intrigas y los crímenes que siempre lleva a cabo por interpósita persona, para alcanzar sus fines. Es decir, un hombre renacentista, poeta y traductor del latín, bisexual, armado caballero por el emperador Carlos V en Bolonia, y espectador participante en la batalla de Lepanto, poco después de la cual, y cuando decide retirarse a llevar una vida de eremita, lo envenenan: un destino muy renacentista.

Antes de la batalla, en Nápoles, conocerá a un camarero del cardenal Aquaviva y Aragón, un tal Miguel de Cervantes, que le regala un libro de Garcilaso. Y en Bolonia, por cierto, cuando acude allá a la coronación del emperador, Pier Francesco conocerá a don Pedro de Mendoza, de la casa del Infantado, y en la página 253 del relato deja dicho algo que actuará como boomerang sobre su artificio narrativo: "Algunos años después supe que había fundado una ciudad, Buenos Aires, por los extremos australes de América".

Hay una errata imperdible en este párrafo cuando concluye diciendo que "se le distinguía la calidad en los desmanes", en vez de decir que se le notaba la nobleza en sus ademanes. Así se lee en la edición de Seix Barral, Barcelona, 2009, 4ta. reimpresión.

EL "YO" DE LA NOVELA. El narrador, Pier Francesco Orsini, el giboso heredero del señorío de Bomarzo, nacido en 1512 y muerto en 1572, un personaje arquetípico de la clase noble italiana del siglo XVI, es una falacia narrativa, y a nuestro modo de ver Mujica Láinez no estaba tan seguro de ese personaje suyo. En la penúltima página de la novela, cuando él mismo describe su muerte (y ya eso debería abrir los ojos), hace punto y aparte a un nuevo párrafo y escribe: "Yo he gozado del inescrutable privilegio, siglos más tarde -y con ello se cumplió, sutilmente, la promesa de Sandro Benedetto [quien diseñara su horóscopo], porque quien recuerda no ha muerto-... Yo he gozado del inescrutable privilegio, siglos más tarde, repito, de recuperar la vida distante de Vicino Orsini, en mi memoria, cuando fui hace poco, hace tres años, a Bomarzo, con un poeta y un pintor, y el deslumbramiento me devolvió en tropel las imágenes y las emociones perdidas". Y continúa: "En una ciudad vasta y sonora, situada en el opuesto hemisferio, en una ciudad que no podría ser más diferente al villorrio de Bomarzo, tanto que se diría que pertenece a otro planeta [es obvia la referencia a Buenos Aires], rescaté mi historia, a medida que devanaba la áspera madeja viejísima y reivindicaba, día a día y detalle a detalle, mi vida pasada, la vida que continuaba viva en mí". Y concluye: "Así se realizó lo que me auguró en Venecia, por intermedio de Pier Luigi Farnese, una monja visionaria de Murano, a quien debo esta profecía que ninguno de nosotros entendió a la sazón y que atribuimos a su mística locura: `Dentro de tanto tiempo que no lo mide lo humano, el duque se mirará a sí mismo`".

La lectura atenta de este párrafo dice que el narrador de esta novela no es Pier Francesco Orsini, sino Manuel Mujica Láinez, y el hecho de que la novela la publicase Mujica Láinez no convierte lo dicho en una verdad de Perogrullo. Porque lo cierto es que Mujica Láinez estuvo por primera vez en Bomarzo el día 13 de julio de 1958, acompañado por el pintor Miguel Ocampo y el poeta Guillermo Whitelow, como lo dice expresamente en la dedicatoria del libro. De manera que el "Yo" del párrafo que acabo de citar es él, Mujica Láinez, y lo que intenta, por medio de ese ardid de carpintería narrativa, es vender la superchería de que en su interior habitaba la memoria del duque de Bomarzo, y que el deslumbramiento que siente en su jardín etrusco es el que pone en marcha esa singular búsqueda suya de un tiempo perdido. Pero de un tiempo perdido en el que no faltan referencias tan anacrónicas, para alguien que vivió en el siglo XVI, como por ejemplo la figura de Paulina Bonaparte y el paralelo personal que hace con el contrahecho Toulouse-Lautrec, o haber leído un poema de Victoria Sackville-West, o la existencia de países comunistas, para mencionar nada más que estos botones de muestra: todas esas referencias pertenecen a la memoria de Mujica Láinez, no a la de Pier Francesco Orsini.

Por lo cual se vuelve un tanto penoso el recurso decimonónico del que echa mano con tanta frecuencia en el relato: "Quizás no haya olvidado el lector", "como ya he escrito y repito para que se entienda bien", "Como éstas son las memorias sinceras [aquí nos podemos permitir una sonrisa de complicidad] de un señor cautivo del Diablo y no una novela pornográfica", "Que el lector no refunfuñe y trate de comprenderme", etc., todas las cuales se vuelven obsoletas y como parches superfluos cuando en la página 273 se lee, a propósito del horóscopo donde se le vaticinaba que iba a vivir eternamente: "Aquí estoy yo, vivo, en mi casa, escribiendo en mi biblioteca, para atestiguar que por lo menos en un caso, sensacional por su única rareza, los que escrutan el cielo y coordinan su posición con el destino de los hombres, son capaces de deducciones sorprendentes". Con ello se llega al regreso del boomerang antes mencionado, porque el escenario -la biblioteca de Bomarzo- no es precisamente la "ciudad vasta y sonora, situada en el opuesto hemisferio" y "que no podría ser más diferente al villorrio de Bomarzo", pero donde sabemos, por el propio narrador, que se escribieron tales memorias.

La conclusión es que el horóscopo sobre la vida eterna de Pier Francesco Orsini es el emblema oculto de una orgullosa convicción interior de Mujica Láinez: el personaje creado por él iba a ser todo lo inmortal que se puede ser en el mundo de la literatura, o al menos de la latinoamericana, y de ser ello cierto, la predicción no andaba muy equivocada. El Duque de Bomarzo quedó anclado en el reparto de los personajes claves de esa literatura, empezando por el Tirano Banderas y don Segundo Sombra, siguiendo por Doña Bárbara y Arturo Cova, y yendo a concluir con Pedro Páramo, el doctor Díaz Grey, el coronel Aureliano Buendía y La Maga.

Cuestión de acentos
MANUCHO, como todo el mundo lo llamaba en Argentina, "escribió sus apellidos sin acentos y así publicó todos sus libros". Pero a los efectos de la fonética es evidente que no importa si publicó todos sus libros con sus apellidos sin acentos, sino cómo era que él mismo los pronunciaba o cómo los pronunciaban los demás, puesto que la escala abarca desde el Mújica Lainéz hasta el Mujíca Laínez pasando por el Mújica o Mujica Láinez, e incluso el Mújica Laínez, como lo llama dos veces José Donoso en su Historia personal del "boom". (Había además una variante jocosa, alusiva a su condición homosexual: La Inés Mujica, pero de sobra sabemos cómo es de miserable el mundo de los artistas; basta recordar el comportamiento de Quevedo, comprando la casa donde vivía Góngora, para darse así el gusto de desahuciarlo).

Con Lezama y Donoso
SI ALGUIEN abordara la tarea de leer en paralelo Bomarzo y Paradiso, de Lezama Lima, comprobaría que sus textos no tienen nada en común, sino un par de nombres idénticos que salen a relucir en ambas novelas. Dos de esos nombres son Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, y don Juan de Austria. Algunos otros más adelante los del concilio de Trento e Hipólito del Este con su célebre escalinata; Leonardo da Vinci y César Borgia; la región de Etruria (donde se asienta el territorio del ducado de Bomarzo) y Benvenuto Cellini, de quien será amigo Pier Francesco; y en fin, el linaje de los Austria (que Lezama Lima llama los Habsburgo) y el libro Il Cortigiano, de Baldassare Castiglione. Hay asimismo alguna frase en Paradiso que, sin cambiarle ni una coma ni un acento, podría figurar congruentemente en Bomarzo. Pero el descubrimiento mayor que puede hacerse releyendo estos libros sería recordar el jardín de los monstruos -en este caso de carne y hueso- de La Rinconada, en El obsceno pájaro de la noche de José Donoso, que es de 1970, de manera que la lectura de Bomarzo (suponemos que la leyó, y desde luego la menciona en su Historia personal del "boom") debe de haberle inspirado alguna que otra imagen.

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