Se dice que el cuento es el género más difícil. Algunos críticos han señalado que William Faulkner se consideraba a sí mismo un cuentista frustrado o un autor que al menos sabía valorar al relato breve y algo parecido se cuenta en relación al novelista Ernest Hemingway, tan necesitado de grandes espacios para contar sus historias. No deja de ser interesante que ambos hayan logrado la perfección con relatos cortos. El segundo con El viejo y el mar, el primero con Miss Zhilphia Gant. Pero quizá sea necesario ir por partes. Un buen cuento puede ser alcanzado con relativa facilidad, sólo es necesario pulirlo una y otra vez hasta obtener algo notable. Lo realmente complejo es integrar un volumen de cuentos de sostenida calidad. El gran libro de historias breves tiene que estar conformado por siete, nueve o doce muy buenas historias enmarcadas cada una por una excelente estructura y una atmósfera semejante. De tal forma, Borges escribió Historia universal de la infamia, Torri De fusilamientos, Arreola Confabulario, Rulfo El llano en llamas y Cortázar Bestiario. He aquí lo realmente difícil: crear un libro de cuentos. Mientras que en la novela, el género rey para muchos, se tiene un puñado de personajes y una historia, acaso dos o tres, en el tomo de cuentos hay diez o trece historias y una estructura para cada una de ellas. Es necesario conservar elementos que unan las historias, aires y ambientaciones, temas y tratamientos. De otro modo, no estamos en presencia de un gran cuentista. Es un escritor que se ha limitado a poner cuentos de diferentes subgéneros. En cambio, el que ha sabido trabajar con rigor y vocación, logra que haya unidad en sus relatos. Tal es el gran escritor, el cuentista verdadero.
En los tiempos actuales, los géneros literarios y los periodísticos se han mezclado entre sí mismos y entre ambos con una intención: buscar la novedad, la originalidad y mayor eficacia. En periodismo, la crónica y el reportaje se han enriquecido con la presencia de la prosa narrativa. De ella toma la belleza, pero no así la ficción, lo que caracteriza a la novela y al cuento. Los trabajos literarios buscan mayor inteligencia expresiva. Por ello el cuento tradicional se ha resquebrado al aceptar en su interior desarrollos ensayísticos, prosa poética, supresión de diálogos o el monólogo interior como salida al relato habituado a contar en tercera persona o en un yo muy visible. A veces, hay que aceptarlo, el cuento carece de imágenes y metáforas, algo que en siglos pasados se utilizó con frecuencia, entonces de pronto uno siente la presencia del artículo periodístico, de un anuncio redactado para atraer compradores o de una historia que alguien urdió para terminar sus días en las páginas de un diario o revista. O de una biografía inventada, como en el caso de Marcel Schwob, cuya benéfica influencia es visible en Borges. ¿Cómo llamar a este tipo de trabajo? Juan José Arreola solía calificarlo como texto o le decía varia invención. Ahora es difícil clasificar una historia. Ya no es la extensión lo que permite la precisión: de tantas páginas en adelante, es una novela, decían los especialistas. Pero y ¿dónde queda clasificado el relato de cincuenta páginas o la historia de una línea, dónde? Lo importante de la literatura es escribir con talento, la clasificación vendrá después, es trabajo de los críticos. A menudo muchos autores escriben aquello que se les ocurre, a veces como un ejercicio de literatura automática, otras como un acabado producto de la conciencia literaria, la reflexión y siempre bajo el influjo de los libros. No sé si llamarlos cuentos o entrar en la terminología de reciente cuño: brevicuentos, minificciones o minirrelatos. Textos, frases, bromas, ensayos, historias apócrifas, lo que cuenta es leerlos sin buscarles definición alguna a no ser la de literatura.
Dante Belausteguigoitia Ponce de Leon.
En los tiempos actuales, los géneros literarios y los periodísticos se han mezclado entre sí mismos y entre ambos con una intención: buscar la novedad, la originalidad y mayor eficacia. En periodismo, la crónica y el reportaje se han enriquecido con la presencia de la prosa narrativa. De ella toma la belleza, pero no así la ficción, lo que caracteriza a la novela y al cuento. Los trabajos literarios buscan mayor inteligencia expresiva. Por ello el cuento tradicional se ha resquebrado al aceptar en su interior desarrollos ensayísticos, prosa poética, supresión de diálogos o el monólogo interior como salida al relato habituado a contar en tercera persona o en un yo muy visible. A veces, hay que aceptarlo, el cuento carece de imágenes y metáforas, algo que en siglos pasados se utilizó con frecuencia, entonces de pronto uno siente la presencia del artículo periodístico, de un anuncio redactado para atraer compradores o de una historia que alguien urdió para terminar sus días en las páginas de un diario o revista. O de una biografía inventada, como en el caso de Marcel Schwob, cuya benéfica influencia es visible en Borges. ¿Cómo llamar a este tipo de trabajo? Juan José Arreola solía calificarlo como texto o le decía varia invención. Ahora es difícil clasificar una historia. Ya no es la extensión lo que permite la precisión: de tantas páginas en adelante, es una novela, decían los especialistas. Pero y ¿dónde queda clasificado el relato de cincuenta páginas o la historia de una línea, dónde? Lo importante de la literatura es escribir con talento, la clasificación vendrá después, es trabajo de los críticos. A menudo muchos autores escriben aquello que se les ocurre, a veces como un ejercicio de literatura automática, otras como un acabado producto de la conciencia literaria, la reflexión y siempre bajo el influjo de los libros. No sé si llamarlos cuentos o entrar en la terminología de reciente cuño: brevicuentos, minificciones o minirrelatos. Textos, frases, bromas, ensayos, historias apócrifas, lo que cuenta es leerlos sin buscarles definición alguna a no ser la de literatura.
Dante Belausteguigoitia Ponce de Leon.
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