El libro empieza así: "Soy Homer, el hermano ciego". En primera persona, E.L. Doctorow cuenta su relato Homer y Langley –publicado este mes en castellano por la editorial Roca–, una historia real de Nueva York. Los Collyer nacieron en una familia acomodada. La vida les llevó a ser unos acumuladores. Murieron asilados en su domicilio. Langley falleció al caerle una pila de objetos que había ido recogiendo por la basura. Homer, de hambre y sed.
De nombre Edgar, por Poe
Este señor tranquilo, pausado, se comporta con la humildad del sabio. Detrás de su falta de afectación, está uno de los mejores escritores de Estados Unidos y del universo literario, con títulos como Ragtime o El libro de Daniel. Es neoyorquino, del Bronx, y, aunque sus libros siempre aparecen con la firma E.L. Doctorow, explica que la "E" es de Edgar. Se lo pusieron por la influencia del mito, de Poe.
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Ha novelado hechos reales...
Sus vidas se convirtieron en mito. Entonces hay dos existencias, la de los hechos o clínica y la mitológica. El mito no necesita investigación, sólo hay que interpretarlo. Yo hago una interpretación de la casa de los Collyer.
Fallecieron en 1947, pero en su libro van más allá.
Viven hasta la década de los 80. Los mitos son inmortales. Estas criaturas nunca mueren.
¿Por qué le interesan?
Me parecía una historia muy atractiva, con varios significados para nosotros. Hoy se les califica de locos o excéntricos, pero, según mi visión, cada cosa funcionaba con una lógica y tenía sentido. Intentaron encontrar su propio rumbo y esto es lo que me atrae. Me interesó la idea de que pensaran que lo que sucedía en el país pasaba por su casa. En cierto momento sopesé escribir una novela de viaje, picaresca, al estilo del Quijote. No viajaron, aunque el camino conduce a su hogar. Es el camino del libro.
La casa ya no existe.
No tenían familia y la ciudad se hizo cargo. Estaba en unas condiciones pésimas. La derribaron e hicieron un parque, en la calle 128 con la Quinta Avenida. Entonces era una zona residencial.
¿Cree que la memoria colectiva aún los tiene presentes?
En la ciudad son muy conocidos, incluso en el país, porque se convirtieron en el símbolo de este tipo de vida, la de los acumuladores. El jefe de los bomberos de aquí al lado (la entrevista se realiza en el bajo Manhattan, en su despacho de la Universidad de Nueva York) me dijo el otro día que cuando van a una vivienda en malas condiciones utilizan la expresión caso Collyer. Al concluir este libro, tuve la sensación de que no sólo había escrito sobre los Collyer, sino sobre América.
El estilo de vida americano significa comprar y atesorar...
Nos gusta. En los países europeos la gente no es tan materialista. Si voy a Tuscany o a Atenas, encuentro un espíritu muy diferente. Allí hay gente que no tiene muchas cosas pero disfruta más de lo cotidiano, de una taza de leche o de un vaso de vino.
Recuerda su muerte?
Era un crío y lo vi en los diarios. Los vecinos dieron la alerta. Los policías hallaron la puerta bloqueada por el material amontonado. Las ventanas estaban selladas. Accedieron por el tejado. Miles de personas se congregaron. Había 14 pianos, toneladas de diarios, piezas de bicicletas, un coche desmontado, muchos libros de medicina porque su padre fue doctor, había especímenes médicos. De todo. Nueva York estaba impresionada. Collyer se convirtió en un término para designar el desorden. Si mi madre veía mi habitación sin arreglar, decía que era el cuarto de los Collyer.
No esperaban la notoriedad.
Estuvieron en lucha con el mundo. Les cortaron la luz o el agua porque no pagaban. Se sentían víctimas, era una paranoia. Y salían las leyendas. Se decía que en la casa había toneladas de dinero. Aunque habían sido ricos, eso era falso. Estos rumores les pusieron a la defensiva, tenían miedo.
Usted ha dicho que siguen presentes en la sociedad...
Medio siglo después de su muerte, los vecinos trataron de cambiar el nombre del parque. Consideraban que el apellido Collyer daba mala fama, que era algo poco digno. Si a la gente todavía le perturba, esto es la señal social de que estamos ante un mito.
¿Cómo logran ese estadio?
Empezó antes de morir. La prensa siempre pensó que era una buena historia. Les sacaban a menudo, rebuscando en la basura.
Dos caminos que confluyen en su relato, realidad y ficción.
No hago distinciones. Hechos e imaginación van juntos. A partir de los hechos siempre surge la imaginación, que los interpreta.
Al plantearse un libro como este, ¿parte de unas ideas previas o emergen al escribir?
Un libro empieza, para mí, con algo pequeño, con la primera línea que me viene a la cabeza o con una imagen que tengo.
Los Collyer son unos exiliados en su propia casa.
Se recluyeron. Es como si hubieran viajado a otro país y ese otro país era su casa. Por esto resultaban inquietantes. Cuando rompes con la comunidad, te conviertes en un crítico de esa comunidad y te transformas en un resentido. Son personas muy enfadadas que deciden vivir con ellas mismas y nadie más.
Es una manera de mostrar reproche hacia lo exterior. Langley, que estuvo en la Primera Guerra Mundial, dice que no podía matar a desconocidos... ¿Es usted crítico con su país?
Creo que la invasión de Iraq fue un desastre. La Administración mintió a los ciudadanos. Ha sido muy costoso en vidas para los dos bandos. Sí, soy muy crítico con la Administración.
¿En general, o con la de Bush en concreto?
La de Bush. Fracturó la ley, la desvirtuó, la ignoró. Ha hecho mucho daño a este país.
¿Obama supone un cambio? Sigue en guerra...
Lo intenta, paso a paso.
Su novela también arremete contra la policía de Nueva York. Ahí es Langley el que habla.
No debe asumir que lo que afirma un personaje es lo que piensa el escritor. En mis libros hay buena y mala gente. A veces, los chicos malos tienen las mejores frases.
De nombre Edgar, por Poe
Este señor tranquilo, pausado, se comporta con la humildad del sabio. Detrás de su falta de afectación, está uno de los mejores escritores de Estados Unidos y del universo literario, con títulos como Ragtime o El libro de Daniel. Es neoyorquino, del Bronx, y, aunque sus libros siempre aparecen con la firma E.L. Doctorow, explica que la "E" es de Edgar. Se lo pusieron por la influencia del mito, de Poe.
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Ha novelado hechos reales...
Sus vidas se convirtieron en mito. Entonces hay dos existencias, la de los hechos o clínica y la mitológica. El mito no necesita investigación, sólo hay que interpretarlo. Yo hago una interpretación de la casa de los Collyer.
Fallecieron en 1947, pero en su libro van más allá.
Viven hasta la década de los 80. Los mitos son inmortales. Estas criaturas nunca mueren.
¿Por qué le interesan?
Me parecía una historia muy atractiva, con varios significados para nosotros. Hoy se les califica de locos o excéntricos, pero, según mi visión, cada cosa funcionaba con una lógica y tenía sentido. Intentaron encontrar su propio rumbo y esto es lo que me atrae. Me interesó la idea de que pensaran que lo que sucedía en el país pasaba por su casa. En cierto momento sopesé escribir una novela de viaje, picaresca, al estilo del Quijote. No viajaron, aunque el camino conduce a su hogar. Es el camino del libro.
La casa ya no existe.
No tenían familia y la ciudad se hizo cargo. Estaba en unas condiciones pésimas. La derribaron e hicieron un parque, en la calle 128 con la Quinta Avenida. Entonces era una zona residencial.
¿Cree que la memoria colectiva aún los tiene presentes?
En la ciudad son muy conocidos, incluso en el país, porque se convirtieron en el símbolo de este tipo de vida, la de los acumuladores. El jefe de los bomberos de aquí al lado (la entrevista se realiza en el bajo Manhattan, en su despacho de la Universidad de Nueva York) me dijo el otro día que cuando van a una vivienda en malas condiciones utilizan la expresión caso Collyer. Al concluir este libro, tuve la sensación de que no sólo había escrito sobre los Collyer, sino sobre América.
El estilo de vida americano significa comprar y atesorar...
Nos gusta. En los países europeos la gente no es tan materialista. Si voy a Tuscany o a Atenas, encuentro un espíritu muy diferente. Allí hay gente que no tiene muchas cosas pero disfruta más de lo cotidiano, de una taza de leche o de un vaso de vino.
Recuerda su muerte?
Era un crío y lo vi en los diarios. Los vecinos dieron la alerta. Los policías hallaron la puerta bloqueada por el material amontonado. Las ventanas estaban selladas. Accedieron por el tejado. Miles de personas se congregaron. Había 14 pianos, toneladas de diarios, piezas de bicicletas, un coche desmontado, muchos libros de medicina porque su padre fue doctor, había especímenes médicos. De todo. Nueva York estaba impresionada. Collyer se convirtió en un término para designar el desorden. Si mi madre veía mi habitación sin arreglar, decía que era el cuarto de los Collyer.
No esperaban la notoriedad.
Estuvieron en lucha con el mundo. Les cortaron la luz o el agua porque no pagaban. Se sentían víctimas, era una paranoia. Y salían las leyendas. Se decía que en la casa había toneladas de dinero. Aunque habían sido ricos, eso era falso. Estos rumores les pusieron a la defensiva, tenían miedo.
Usted ha dicho que siguen presentes en la sociedad...
Medio siglo después de su muerte, los vecinos trataron de cambiar el nombre del parque. Consideraban que el apellido Collyer daba mala fama, que era algo poco digno. Si a la gente todavía le perturba, esto es la señal social de que estamos ante un mito.
¿Cómo logran ese estadio?
Empezó antes de morir. La prensa siempre pensó que era una buena historia. Les sacaban a menudo, rebuscando en la basura.
Dos caminos que confluyen en su relato, realidad y ficción.
No hago distinciones. Hechos e imaginación van juntos. A partir de los hechos siempre surge la imaginación, que los interpreta.
Al plantearse un libro como este, ¿parte de unas ideas previas o emergen al escribir?
Un libro empieza, para mí, con algo pequeño, con la primera línea que me viene a la cabeza o con una imagen que tengo.
Los Collyer son unos exiliados en su propia casa.
Se recluyeron. Es como si hubieran viajado a otro país y ese otro país era su casa. Por esto resultaban inquietantes. Cuando rompes con la comunidad, te conviertes en un crítico de esa comunidad y te transformas en un resentido. Son personas muy enfadadas que deciden vivir con ellas mismas y nadie más.
Es una manera de mostrar reproche hacia lo exterior. Langley, que estuvo en la Primera Guerra Mundial, dice que no podía matar a desconocidos... ¿Es usted crítico con su país?
Creo que la invasión de Iraq fue un desastre. La Administración mintió a los ciudadanos. Ha sido muy costoso en vidas para los dos bandos. Sí, soy muy crítico con la Administración.
¿En general, o con la de Bush en concreto?
La de Bush. Fracturó la ley, la desvirtuó, la ignoró. Ha hecho mucho daño a este país.
¿Obama supone un cambio? Sigue en guerra...
Lo intenta, paso a paso.
Su novela también arremete contra la policía de Nueva York. Ahí es Langley el que habla.
No debe asumir que lo que afirma un personaje es lo que piensa el escritor. En mis libros hay buena y mala gente. A veces, los chicos malos tienen las mejores frases.
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