De todos los proyectos que en lo que va del año han hablado sobre México usando la coyuntura del Bicentenario, quizás no hay uno más ambicioso que Revolución, la cinta que pretende analizar la identidad nacional en diez cortometrajes dirigidos por diversos directores mexicanos. Aquí, Rafael Lemus desmenuza los aciertos y errores de la película en un formato adecuado: diez puntos, para diez historias.
1. Diez cortometrajes, de diez minutos o menos, realizados por diez cineastas, acerca de lo que la Revolución significa en el México de hoy.
2. Aquí, al fin, una buena idea –una invitación a abandonar los relatos totalizantes sobre la identidad nacional, a estas alturas del Bicentenario ya repulsivos, y a contribuir en un retrato veloz, variopinto y hasta contradictorio del México contemporáneo.
3. De salir todo bien: no otra interpretación esencialista del país sino diez fogonazos –¡diez!– sobre esa suma de procesos y tensiones y descalabros, ya ni siquiera contenidos al interior de unas fronteras, que nada más por pereza seguimos llamando México.
4. Y sin embargo: lo primero que sorprende en Revolución –el resultado final de esa buena idea– es el número de cineastas –cinco de diez– que de un modo u otro esquivan las fricciones del México actual y se recluyen, con más o menos suerte, en un país atemporal y casi abstracto –pueblos arquetípicos, desiertos en blanco y negro, individuos enfrentados, por supuesto que hieráticamente, a la Muerte, la Religión, los Símbolos Patrios.
5. Además y por carambola: la inocente fe de esos cineastas en la Imagen –no en el relato ni en el registro documental ni en la sucesión de cuadros sino en la Imagen que, por fin, capturará y sintetizará ¿el alma del pueblo?, ¿el espíritu nacional?, ¿otra vez la esencia?
6. Ninguna de esas fugas sería grave si todas ellas no terminaran por sumarse a la enfermiza actitud de un país que, incapaz de expresar su presente y formular algún futuro, gastó un año entero revisando, blandamente, su pasado –este figurín, aquella fecha, el cascajo de nuestra historia.
7. Están, también y desde luego, los cortos que mal que bien batallan con el México contemporáneo y está, también y por encima de todo, el potente, extraordinario cortometraje que vale el boleto: “Este es mi reino”, de Carlos Reygadas.
8. Para este momento ya se sabe: que Reygadas aprovechó los fondos disponibles para organizar una comilona en Tepoztlán, que reunió en ella a locales y a chilangos y a extranjeros, que mezcló clases y campos sociales y que, cuando la escena estuvo lista, dejó fluir el alcohol y sostuvo la cámara y filmó lo que sucedía.
9. ¿Hay que decir que la comida se vuelve juerga y luego altercado y que el contacto entre las clases sociales provoca chispas y luego, literalmente, fuego?
10. Entonces: si alguien se echa una cámara al hombro y registra la convivencia de unos mexicanos con otros, ¿qué se cuela por la lente? –desde luego que no la Imagen ni un suave espíritu nacional sino el ruido y la estática de esas relaciones clasistas y de poder que constituyen (¡feliz Bicentenario!) el presente mexicano.
1. Diez cortometrajes, de diez minutos o menos, realizados por diez cineastas, acerca de lo que la Revolución significa en el México de hoy.
2. Aquí, al fin, una buena idea –una invitación a abandonar los relatos totalizantes sobre la identidad nacional, a estas alturas del Bicentenario ya repulsivos, y a contribuir en un retrato veloz, variopinto y hasta contradictorio del México contemporáneo.
3. De salir todo bien: no otra interpretación esencialista del país sino diez fogonazos –¡diez!– sobre esa suma de procesos y tensiones y descalabros, ya ni siquiera contenidos al interior de unas fronteras, que nada más por pereza seguimos llamando México.
4. Y sin embargo: lo primero que sorprende en Revolución –el resultado final de esa buena idea– es el número de cineastas –cinco de diez– que de un modo u otro esquivan las fricciones del México actual y se recluyen, con más o menos suerte, en un país atemporal y casi abstracto –pueblos arquetípicos, desiertos en blanco y negro, individuos enfrentados, por supuesto que hieráticamente, a la Muerte, la Religión, los Símbolos Patrios.
5. Además y por carambola: la inocente fe de esos cineastas en la Imagen –no en el relato ni en el registro documental ni en la sucesión de cuadros sino en la Imagen que, por fin, capturará y sintetizará ¿el alma del pueblo?, ¿el espíritu nacional?, ¿otra vez la esencia?
6. Ninguna de esas fugas sería grave si todas ellas no terminaran por sumarse a la enfermiza actitud de un país que, incapaz de expresar su presente y formular algún futuro, gastó un año entero revisando, blandamente, su pasado –este figurín, aquella fecha, el cascajo de nuestra historia.
7. Están, también y desde luego, los cortos que mal que bien batallan con el México contemporáneo y está, también y por encima de todo, el potente, extraordinario cortometraje que vale el boleto: “Este es mi reino”, de Carlos Reygadas.
8. Para este momento ya se sabe: que Reygadas aprovechó los fondos disponibles para organizar una comilona en Tepoztlán, que reunió en ella a locales y a chilangos y a extranjeros, que mezcló clases y campos sociales y que, cuando la escena estuvo lista, dejó fluir el alcohol y sostuvo la cámara y filmó lo que sucedía.
9. ¿Hay que decir que la comida se vuelve juerga y luego altercado y que el contacto entre las clases sociales provoca chispas y luego, literalmente, fuego?
10. Entonces: si alguien se echa una cámara al hombro y registra la convivencia de unos mexicanos con otros, ¿qué se cuela por la lente? –desde luego que no la Imagen ni un suave espíritu nacional sino el ruido y la estática de esas relaciones clasistas y de poder que constituyen (¡feliz Bicentenario!) el presente mexicano.
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