Magnetismo y gravedad.

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martes, 30 de noviembre de 2010

Fallecio el gran Mario Monicelli.


Los diarios e informativos acaban de dar la nota del suicidio de Mario Monicelli, uno de los más grandes cineastas populares de su tiempo, autor de obras maestras como La gran guerra o Camaradas, y poco o nada conocido por las nuevas generaciones. Vivimos en un mundo en el que, en cualquier video-club o grandes almacenes puedes encontrar casi todas las películas de humor tonto con Leslie Nielsen (1), pero será un milagro que encuentres una de Monicelli, Comencini, Zampa, Zurlini, de cualquiera de los maestros italianos de segunda línea. En la primera estaban visconti, Fellini, Pasolini…

En Italia, la Iglesia sigue teniendo un peso determinante, no hay más que ver hasta qué niveles alcanza la corrupción, o el hecho de que algunos de los líderes de la izquierda eurocomunista, y antes estalinista, pertenecen al Opus Dei. Esto explica que la eutanasia sea un delito grave, y que el bueno de Monicelli haya tenido que dar su triple salto mortal para hacer lo que quería: dejar de vivir. Seguro que su vida fue plena y llena de vida, no hay más que recordar sus películas. Claro que ha oposición, en una visita allá por la mitad de los ochenta, me contaron que la felliniana Sandra Milo, una suerte de Concha Velasco en la RAI, tras falta unos días a los programas, se dirigió al público, y afirmó: “Se ha dicho que he ayudado a morir a mi madre. Es verdad”. Por supuesto, ni la curia ni el burdel de la política osó decir esta oca es mía. No se atrevieron, y todos sabemos que el problema de la eutanasia para esta gente no tiene nada que ver con la tradición o el conservadurismo, es pura hipocresía. La gente de respeto –título de Zampa con James Mason-, no necesita que se legisle sobre la eutanasia, relegan sus seres próximos terminales a una enfermera o una emigrante que esté muchas horas con el agonizante por poco dinero…

Mario tenía ya 95 años, había recibido todo tipo de homenajes, el último si no recuerdo mal del Festival de Donosti

Ahora ya lo repiten las agencias. Mario Monicelli fue uno de los grandes cineastas italiano de la “dopo guerra”. Podía aspirar a un lugar entre los mejores, y a ser estimado entre ellos como uno de los más populares.

Comenzó su trayectoria como amateur, después como ayudante de director de Gustav Machary y del “profesional” Augusto Genina, para seguir como guionista y dialoguista. En sus inicios rodó una serie de comedias (en colaboración con Stefano Vanzina, más conocido como Steno), algunas de ellas al servicio de Toto. Entre ellas sobresale Guardias y ladrones (Guardie e ladri, 1951), con la genial pareja formada por el grueso Aldo Fabrizi y el enjuto Toto (más la bellísima Rossana Modesta), de la que guardo un recuerdo imborrable, me reí como un energúmeno en la filmoteca de la rue d´Ulm, en al lado de donde impartía sus clases Altusser. Esta divertida sátira del “cine negro” puede considerarse un antecedente de una de sus mayores obras maestras, la que aquí se llamó ingeniosamente Rufufu (Soliti Ignoti, 1959), posiblemente la mejor de las comedías policíacas de la historia del cine, tantas veces imitada. Solamente en el cine español podríamos citar Atraco a las tres y Acción mutante. Hasta Woody Allen le hizo un homenaje en Granujas de medio pelo, pero el original era irrepetible por algo muy sencillo: respiraba verdad y naturalidad por los cuatros costados.…

Monicelli tuvo una larga trayectoria de la que sobresale especialmente esta época, entre finales de los años cincuentas y principios de los sesenta, fase en la que se encuentra igualmente nada menos que La gran guerra (La grande guerra, 1959), su sarcástica visión medio anarquista (está llena de referencias libertarias a través del personaje de picaron con ínfulas inconformista interpretado por Vittorio Gassman) de la lucha de clases en medio de la “Gran Guerra”, un despiadado alegato antimilitarista que sin embargo, consiguió pasar la miserable censura franquista que, no obstante, cortó algunos de sus escenas más incisivas.

Será también por esta misma época cuando Mario Monicelli, llevaba a la gran pantalla una de las primeras manifestaciones abiertamente comerciales del cine social y político, y con un talento que no tendrían en mi opinión ni Costa-Gravas ni el Godard más “enrâge”. Il compagni (1963), titulada en francés Les camaradas y estrenada en estos andurriales en una medianoche de TV2. Los compañeros es una de las grandes películas sobre el comienzo del movimiento obrero, un gran fresco, lleno de vida y de detalles, n retablo sobre las condiciones de vida del proletariado italiano a finales del XIX y de sus iniciales relaciones con el socialismo encarnado en este caso por “il profesore” (inigualable Marcello Mastroianni), que tuvo una interpretación tan efectiva que según me contaba el camarada y amigo Antonio Moscazo, lo utilizaba hasta la propia policía italiana cuando se encontraba con un “profe” subversivo. Rodada en un hermoso y voluntarioso blanco y negro que se inspira en las ilustraciones obreristas de la época, rodada en diversos lugares del norte italiano (en Cuneo, en Turín, en Savigliano) y en parte también en Yugoslavia, ofrece una recreación del Turín de los años de la industrialización acelerada y de la unificación ita­liana, dos eventos históricos que tuvo en la ciudad norteña a uno de sus polos más dinámicos.

Vista desde el ángulo de la historia social, la película se sitúa en una encrucijada política, tal vez la más importante en la que se vio envuelta la convulsionada sociedad italiana desde la post­guerra mundial y antes del invierno caliente de 1968-69: el paso de un gobierno de centro­derecha, democristiano con participación neofascista, fuertemente contestado por partidos y sindicatos de izquierda que acabaran entrando en el juego tan italiano de la “componenda”, lo que dará lugar en los años siguientes, a una fuerte radicalización obrera-estudiantil de la que se hará eco un discípulo de Monicelli, Elio Petri en La clase obrera va al paraíso…En este tiempo, Italia se vio sacudida por una oleada de huelgas salvajes que tuvieron su epicentro en los mismos escenarios que el film recrea y que ciertos historiadores suelen identificar como el más significativo antecedente del estallido obrero de fina]es de la década-, a un cambio de alianzas propulsado por el ascendente Aldo Moro, y que daría lugar, en diciembre de 1963, al llamado "centro-sinistra", un gabinete con participación socialista, aunque con mayoritario predominio democristiano.

Se respira este contexto en el guión escrito por Monicelli y sus habituales coguionistas, Agenore Incrocci "Age" y Furio Scarpelli, con la puntual ayuda de la excelente Suso Cecchi d ' Amico, un equipo que decidió a recuperar, desde la izquierda, la memoria histórica de la industrialización, en un intento de film nacional-popular, tan caro a la tradición cultural en general, y cinematográfica en parti­cular, de la sociedad italiana. Es en este sentido que cabe definir I compagni como un film ­catálogo de la condición proletaria, con su galería de personajes y situaciones comunes a multitud de películas que ambientan su acción en el mundo obrero, todas ellas vistas desde situaciones que casi siempre parten de las mismísimas fuentes históricas, y que se repiten en buena parte del cine de tradición obrerista que tan necesario sería recuperar...

Monicelli era un tipo de izquierda integral, situado muy críticamente a la izquierda del PCI, y que nos habla de la Historia sin perder de vista algunos de los elementos más habituales en su cine: el cuidado en la reconstrucción de la vida cotidiana y los arquetipos populares, el mismo tema de su film inme­diatamente anterior, Renzo e Luciana, episodio del film colectivo Bocaccio 70 (1961), afortunadamente recuperado en la edición de DVD de esta película. Monicelli no olvida para ello en utilizar el recurso a ciertos estilemas de la "comedia alla italiana", filón que con tanta fortuna aborda­ra el propio director en varios de sus filmes más famosos; la mezcla agridulce de drama y sátira, sin olvidar además algunos apuntes críticos que alejan a la película de la hagiografía laica en que suelen caer en ocasiones ciertos filmes militantemente proletarios.

Los compañeros muestra sus cartas desde la primera secuencia. Comienza la trama cuando son las 5.30 de la madrugada en un hogar proletario turinés y el joven Omero se apresta a vestirse para ir a su trabajo en una fábrica textil. Hace frío y Omero tiene que romper la capa de hielo que se ha formado en el agua de la jofaina, mientras el resto de su familia comienza igualmente a levantarse. Condiciones de vida de las clases subalternas, la dura cotidianidad, el invocado universo fabril, la estructura familiar, incluso ciertas contradicciones entre los miembros de la familia sólo levemente embozadas y que estallarán más tarde configuran algo así como el huevo de serpiente de la trama que el film desarrollará desde entonces, con especial acento en la presencia del universo popular.

Monicelli construye un universo lleno de vida y de verdad que tendrá en el relato un coprotagonismo compartido con el propio estre­llato, no en vano el cabeza del elenco, un Marcello Mastroianni en un papel pensado en rea­lidad para Alberto Sordi, sólo aparecerá cuando el espectador tenga ya una clara idea de lo que el film le plantea e incluso, en consonancia con su propio personaje -un socialista ilu­minado, entregado a la causa de la defensa del proletariado y ontológicamente solitario- verá diluida su presencia en varios pasajes de la acción en aras de un protagonismo colectivo que ni siquiera las condiciones de la producción. Se trata de un film Titanus, la mayor productora italiana de la época, y cuenta con un elenco trufado de grandes actores como Renato Salvatori y Annie Girardot, pareja coprotagonistas de Rocco y sus hermanos, otra peripecia proletaria debida a la mano maestra de Luchino Visconti; el también francés Bertrand Blier, el gran secundario Folco Lulli, entre otros, quienes a pesar de ser famosos, consiguen un punto de verismo insuperable.

La película es como un compendio que detalla la realidad de la vida proletaria: la fábrica, la dure­za de las condiciones laborales, el trabajo de jóvenes que tienen que abandonar la escuela para poder ganarse el pan; un conflicto violento, la actitud cerril de la patronal, el empleo de fuerzas militares para intentar abortar la ocupación de la fábrica; la muerte de dos inocentes, la desesperación de los deudos, el desgaste que produce una huelga prolongada entre quie­nes no tienen posibles para subsistir; la desunión, pero también la solidaridad; la irrupción en la Historia de una ideología basada en la defensa de los más oprimidos, la marginación e incluso el descrédito de quienes se saben dispuestos a asumir cualquier riesgo por su causa; el camino abierto, y difícil, que les espera a quienes intentan despertar las conciencias más devastadas por la subordinación y la alienación.

Por motivos que me parecen obvios, esta es su película más memorable, pero en su filmografía se pueden encontrar oras “perlas”. Pero esto me esá quedando largo, y espero proseguir en otro trabajo.

--1) Según he podido saber, Nielsen tenía otra vida. Cuando no tenía trabajo en esas comedias de tres al cuarto que repetían la fórmula de Aterriza como puedas, se dedicaba a montar obras del teatro clásico más inconformista….

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