Magnetismo y gravedad.

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domingo, 14 de noviembre de 2010

Las comedias tristes de Todd Solondz.


La fascinación que una cinta de Todd Solondz puede ejercer en el espectador es difícil de describir sin sonar peyorativo. Para disfrutar cualquiera de sus películas es necesario dejar de lado ciertos prejuicios y olvidar una que otra convención social para explorar personajes ácidos que pueden provocar risa involuntaria o incluso repulsión. El ángulo desde el que Solondz observa al ser humano en sociedad parece estar distorsionado: incurre de manera consciente en deformaciones humanas, un aspecto que queda en evidencia sobre todo en Palindromes (2004): el personaje principal es interpretado por ocho actores y actrices de distintas edades, razas y género. La elección del elenco y la construcción de sus personajes es primordial mientras que su estilo fílmico es completamente convencional, con encuadres sencillos y poquísimos movimientos de cámara. Solondz procura filmar a sus personajes sin un solo destello de pirotecnia visual. La manipulación del espectador está en el guión y la sencillez de su puesta en escena.

En sus películas proliferan secuencias ante las que el público no está seguro cómo reaccionar; unos ríen, otros quedan al borde del llanto y otros más se paralizan anímicamente frente a la pantalla. ¿Lo que vemos es humor involuntario o un drama que se debe asumir con toda seriedad? ¿Son caricaturas o seres humanos cuyo abismo existencial rebasa la imaginación? La prerrogativa de quien está sentado en la butaca es decidirlo por sí mismo y responder al cúmulo de emociones con espontaneidad.

Todd Solondz dice hacer "comedias tristes". Tal es su oficio.

Life During Wartime (2009) es la secuela de Happiness (1998), su cinta más exitosa. Aunque los intérpretes son otros, los personajes son inmediatamente reconocibles, lo que confirma la habilidad del autor para dirigir actores y recuperar una década después aquellos personajes memorables. Al ser este el punto de partida, la comparación entre ambas es ineludible, a pesar de no ser requisito indispensable haber visto la primera para aproximarse a su continuación. Happiness enriquece a Life During Wartime aunque ésta funcione también como pieza independiente. Los personajes accesorios de Happiness están ausentes en esta última entrega en la que el foco se mantiene en la vida que circunda a las tres hermanas Jordan.

El típico campo contra campo implícito en cualquier telenovela es el método técnico que conduce su obra. Los diálogos avanzan implacables en situaciones que por lo general comienzan suaves para progresar hacia desplantes toscos repletos de insultos hirientes que desembocan en lágrimas e irritación. Hay una distancia infranqueable que separa a Joy, Trish y Helen Jordan, las hermanas protagónicas. A Joy las relaciones de pareja le resultan dolorosas, meros obstáculos emocionales que a pesar de todo busca con ahínco. Su ánimo altruista es opacado por su debilidad como mujer. Trish sigue en el infructuoso intento de llevar una vida familiar aparentemente perfecta después del catastrófico desenlace de Happiness: la hecatombe conyugal ante el horror de descubrir en el padre de sus hijos a un pederasta. Por su parte, Helen acumula éxitos profesionales que acentúan su tendencia a olvidarse de sus lazos filiales, un lastre con el que no desea cargar. Mientras tanto, como una figura fantasmagórica, la madre de las tres hermanas se desmorona declarándole la guerra al género masculino.

Life During Wartime es otra postal kitsch, un fresco más condensado que Happiness pero más abierto que Storytelling (2001), otra de sus grandes creaciones, que junto con Welcome to the Dollhouse (1995) completa la esencia de su asombrosa filmografía -asombrosa por el simple hecho de existir, de que una obra tan bizarra haya encontrado un nicho y siga creciendo-. Entre sus curiosidades podemos encontrar a Paul Giamatti (Storytelling), a Philip Seymour Hoffman y Jon Lovitz (Happiness) o a Paul Reubens alias Pee-Wee Herman (Life During Wartime) en papeles que compiten por ser los más patéticos de sus carreras. No es poca cosa. Los límites histriónicos que explora, por más indignos que parezcan, valen la pena por su diversidad y radicalismo, por el riesgo que implica llevar a sus últimas consecuencias situaciones lamentables o vulgares que sonrojan a cualquiera.

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