Desde 1936, año en que el Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles, abandona la Hacienda de Santa Bárbara con destino al exilio en Estados Unidos, Salvador Novo se hace cargo de la columna “La semana pasada”, el espacio supuestamente anónimo que los editores de la revista Hoy utilizan para mantener una guerra de baja intensidad contra la clase política aglomerada en un periodo presidencial cuya sola mención alude a una época de la vida nacional: el cardenismo. Desde su trinchera editorial, Novo ventila informaciones, esparce rumores y confidencias, dimes y diretes del mundo de la política y la cultura. Sus fuentes se hallan en todas partes, dentro y fuera del gobierno, en recepciones y fiestas, en salones de sociedad, en los jardines de las embajadas, en estanquillos y tugurios. Presumiblemente, el autor de “La semana pasada” es la pluma mejor informada del país. Está en todo, sabe quién es quién en la prensa internacional. Al referirse al enrarecido ambiente que se vive en México después de las disputadas elecciones de 1940, del cual es un ejemplo el conflicto inminente entre el presidente electo, Manuel Ávila Camacho, y el secretario general de la ctm, Vicente Lombardo Toledano, Novo escribe en su colaboración del 12 de octubre:
El fotógrafo de Life, Robert Cappa [sic], que fue a Teziutlán a inmortalizar la vida privada del presidente electo, sorprendió dos veces y en diferentes días sendas presencias del secretario y su pipa en la proximidad más íntima del sonriente general. No podría, evidentemente, encontrarse una prueba más fehaciente de la amistad de amigos que comparten el sabroso pan de Puebla en la misma mesa. Lo único que a pesar de semejantes pesares consoló a los optimistas fue el pensamiento de que no tienen mucho derecho de dudar de la sinceridad del presidente Ávila Camacho cuando anuncia que no gobernará con sus amigos íntimos, con sus compañeros de mesa.
El retrato del presidente electo de México que presentó la revista life en su edición del 2 de diciembre de 1940 tenía un calculado sentido editorial: congraciar al gobierno de México, léase su futuro presidente, con la opinión pública estadounidense. Las fotografías de Robert Capa son utilizadas para ilustrar un largo y por ende inusitado texto en el que Ávila Camacho aparece como “un hombre afable”, cuya amistosa mirada revela “una profunda tranquilidad interna”, así como el carácter de un político sosegado que gobernará al país con la ayuda de hombres decididamente pragmáticos, conocedores de los engranajes que mueven la maquinaria política nacional, en abierto contraste con los “teóricos sociales” en cuyas agitadas mentes se fraguaron las principales reformas del cardenismo. En la visión de life, gracias a su talante ordinario y cordial el próximo presidente de México casi no parece mexicano, “tiene poca o ninguna sangre indígena” y con facilidad sería una figura popular en cualquier comunidad estadounidense, “especialmente entre hombres de negocios activos, amantes del deporte y de intelecto no enrarecido”. Culmina este retrato de Ávila Camacho con su connotada afición a los caballos y la anglófila práctica del polo.
El lente de la distancia
Para Robert Capa, quien es ya una figura legendaria del periodismo de guerra, México no es otra cosa que distancia y desinterés, a ratos una verdadera molestia. Ha pasado la mitad del año, le escribe a su madre, Julia Friedmann, “atascado” en el país, “no precisamente vacacionando porque el trabajo aquí es difícil y complicado”.1 En realidad, Capa había llegado a México con el propósito de cumplir un engorroso trámite migratorio: renovar su permiso de residencia, para lo cual debía abandonar Estados Unidos durante seis meses. life aprovecha su estancia para encargarle la cobertura de la elección presidencial.
Armado con su famosa Leika y una carta de presentación dirigida al general Eduardo Hay, entonces secretario de Relaciones Exteriores, y firmada por el editor de imagen de life Edward Thompson, Capa entra al país a mediados de abril de 1940. La primera postal que le envía a su madre muestra un optimismo y ligereza contrarios a sus comunicaciones posteriores: “Llegué de una sola pieza y listo para trabajar de inmediato. Hasta ahora todo va bien, y espero terminar el primer proyecto en un par de días.” Se refiere al encargo de cubrir el desfile del 1º de mayo, para lo cual el 30 de abril recibe el permiso de la Secretaría de Gobernación “para que transite por donde sea necesario a fin de tomar fotografías”. Para tal efecto Capa establece su base de operaciones en el hotel Montejo, Paseo de la Reforma 240, por espacio de seis largos y dificultosos meses.
Sóviets y esvásticas, una querella mexicana
En el México posrevolucionario, los vaivenes de la opinión pública en el exterior se vuelven historia política nacional. Al parejo de las crecientes preocupaciones del gobierno de Roosevelt respecto a la infiltración nazi y un posible avance alemán en América Latina, la prensa estadounidense levanta las banderas de alerta por todas partes.2 El Herald Tribune, el Mirror, el New York Times, el Christian Science Monitor, el Boston Herald, el Washington News, prácticamente no hay periódico que no siga el tema de la amenaza que parece cernirse sobre México. La confusión del Enquirer de Nueva York se torna histerismo: “La Junta cardenista en la ciudad de México, misma que opera detrás de una pantalla en la que se ocultan la hoz y el martillo del comunismo, ha traicionado a México al poner el país en manos de Hitler, política, económica y espiritualmente.”3 Atizan el fuego los sospechados vínculos entre el partido nazi y algunos grupos y personalidades políticas de México, principalmente las numerosas organizaciones congregadas en torno al Frente Anticomunista,4 así como la Unión Nacional Sinarquista. Por si fuera poco, las declaraciones de personajes eminentes como el propio ex presidente Calles llamando a seguir el ejemplo de Mussolini y Hitler para restablecer el orden, empeoraban la percepción internacional acerca de la supuesta popularidad del fascismo en México5. El eco que podían llegar a tener emejantes disparates al norte del Río Bravo no era menor. Jean Meyer, por ejemplo, ha recordado cómo la cándida comparación que hace el embajador Josephus Daniels entre Jefferson y Calles casi le cuesta el puesto luego de que este proclamara que el alma de los mexicanos, incluidos niños y jóvenes, debía pertenecer al Estado.6 Una vez fuera del país, en su calidad de ex Jefe Máximo, Calles hacía gestiones ante la representación del gobierno franquista en Estados Unidos con el propósito de financiar un movimiento armado en México, derrocar a Cárdenas y evitar la llegada de Ávila Camacho a la presidencia.7
No era una casualidad que, en uno de los momentos más complicados de 1940 tanto en México como en el escenario internacional, la edición de life correspondiente al 10 de junio incluyera en sus páginas centrales el siguiente fotorreportaje: “Nazi Fifth Column and communist allies are active in Mexico”. La imagen de Capa que abre el fotorreportaje del 1º de mayo muestra a miembros de la central obrera desfilando en formación militar, armados con palos de madera. Al pie de la fotografía se lee: “Abundan rumores de una revolución nazi-comunista”. Junto a un descabellado texto en el que se denunciaba que los agentes nazis actuaban “mano a mano” con los comunistas para precipitar una revolución, aparecían lo mismo imágenes del editor de Timón, José Vasconcelos, acompañado del agregado de prensa alemán y representante del partido nazi Arthur Dietrich, que de Diego Rivera y Vicente Lombardo Toledano, “jefe de la ctm quien, al abandonar el antifascismo luego del pacto Hitler-Stalin, se ha vuelto pro-nazi”.
Capa le escribió entonces a su hermano, Cornell: “Las noticias de Europa son terribles y me deprimen. Ahora que he visto cómo fue utilizada mi historia del 1º de mayo, el entusiasmo por la fotografía me abandona. Creo que el mundo nunca ha estado tan mal.” El viejo continente y las heridas de sus conflictos ideológicos alcanzaban de nuevo a Capa, esta vez en México, por cortesía de sus propios editores. Semanas después, en un cable a su madre confiesa su hartazgo de México, su prisa por concluir el trámite migratorio en la embajada estadounidense y su pasmo ante el criterio editorial con el que se ha manipulado su trabajo: “No estoy satisfecho con el resultado. No sé qué quiere life.”
El malestar de Capa, aunado a la falta de dinero y a su prisa por dejar el país, provocaron una crisis que su biógrafo, Richard Whelan,8 pasa por alto, pero en la cual se halla el germen de una idea que años después desembocaría en un importante proyecto: la fundación de Magnum, la primera agencia de fotógrafos independientes. Así lo sugiere el solo hecho de que el editor de imagen de life escribiera una carta recordándole a Capa los cuatro años de significativo trabajo con la revista para la cual había cubierto importantes historias como las guerras civiles en España y China. Al mencionar en específico su actual trabajo en México, el editor pedía a su fotorreportero que recapacitara: “No veo razón por la cual no continúe sus colaboraciones. Ciertamente, a la fecha usted ha podido desarrollar historias para life en cada país donde ha estado.”
El nuevo ciudadano Kane
El ascenso del fascismo y la expansión del cáncer nazi en Europa cambiaron no solamente el sentido del manifiesto fundacional de la revista life –“ver la vida, ver el mundo, ser testigo de los grandes acontecimientos [...], ver y tener el placer de ver” –, sino que también modificaron de manera radical la visión aislacionista de su dueño y editor en jefe, Henry Luce. Durante casi una década la empresa editorial que encabezaba Luce y con la cual había conocido un éxito masivo, Time Inc., mantuvo una posición de distanciamiento objetivo en la cobertura noticiosa de los principales conflictos en Europa y Asia. En el criterio editorial de publicaciones como Time y Fortune había prevalecido la idea de que los problemas del mundo tenían escaso o nulo impacto en la vida cotidiana de Estados Unidos. El punto crítico fue, precisamente, el avance alemán sobre Polonia en septiembre de 1939.
A partir de este terrible acontecimiento Henry Luce, el creador de revistas cuyo tiraje en conjunto llegó a rebasar los veinte millones de ejemplares, el nuevo modelo de magnate de los medios masivos de comunicación para el siglo xx cuyo poder rápidamente se situó al parejo del decano William Randolph Hearst, volvió a ser el hijo del reverendo Winters Luce, un modesto y devoto misionero presbiteriano que, a la manera de los jesuitas, había dedicado buena parte de su vida a propagar la palabra del evangelio en la antigua China de las dinastías. La inquebrantable fe calvinista con la que había crecido el joven Henry regresó en la persona del maduro y poderoso empresario bajo la forma de un acendrado espíritu antifascista y anticomunista que se reflejó de manera íntegra en su imperio editorial. Los blancos de sus ataques incluyeron a los llamados appeasers como el primer ministro inglés Neville Chamberlain, cuya creencia en los objetivos limitados de Hitler en Europa solamente logró comprarle tiempo a este antes de lanzarse a incendiar el resto del continente. No menos agudos eran los cuestionamientos de Luce hacia la administración Roosevelt, tanto en relación con la hipocresía implícita en el cumplimiento de la obsoleta Ley de Neutralidad, vigente desde 1935, como en las suspicacias que llegó a levantar el presidente del New Deal, en quien Luce y una parte de la opinión pública veían a un dictador en ciernes que disponía a su antojo de los otros poderes, en especial de los jueces. La crítica hacia el errático proceder de Roosevelt, tanto en política interna como en el frente exterior, terminó por convertirse en abierta oposición, articulada a través del apoyo al candidato republicano, Wendell Willkie, en las elecciones de 1940 –trasunto que sirvió a Gore Vidal para dibujar el mapa dramático de su novela Washington, D.C.
En la carta que escribió a su viejo amigo y colaborador Roy Larsen, días antes de culminar un viaje por Europa durante la primavera de 1940, casi en coincidencia con el avance final del ejército nazi hacia París, Luce reformuló la misión original de su empresa periodística: “Nuestra labor principal no es crear poder, sino usarlo.”9 Ejemplo de ello sería la cobertura de life en las próximas elecciones al sur de la frontera.
Corresponsal en la guerra electoral mexicana
Los temores del gobierno estadounidense respecto a la amenaza nazi en México, especialmente en el contexto de las elecciones presidenciales de 1940, tuvieron su correlato en el enfático memorándum que Luce envió a su equipo editorial: “Peligro. El país está en peligro.” Según se encargó de propagar hábilmente el gobierno de Cárdenas, México también lo estaba. Las fuentes del apuro provenían de tener al enemigo en casa, es decir a un candidato opositor presentado de manera deliberada como un simpatizante nazi,10 así como ante la inminente extensión del campo de batalla europeo –Londres se hallaba bajo el asedio de los bombardeos alemanes, se creía que Inglaterra no resistiría– hasta el hemisferio occidental. En cualquier caso, la situación se presentaba como crítica. El proceso que llevaría a la sucesión de Cárdenas se tornaba cada vez más tenso, con visos cada vez mayores de violencia, “en un ambiente –precisó con infalible tino histórico Luis González y González– de matonería, en el marco de una campaña política que más parecía campaña militar”.
Los planes de Estados Unidos para la defensa continental terminan por impactar de lleno el proceso político en México. La presión se deja sentir: a la luz de los avances militares del Eje Berlín-Roma en Europa y la inminente inclusión del imperio japonés, el gobierno de México declara su solidaridad con la causa de las democracias y expulsa a Arthur Dietrich del país. En términos electorales, la buena relación de los candidatos contendientes con Estados Unidos se vuelve estratégica. Almazán aprovecha el pacto Ribbentrop-Molotov para distanciarse –simbólicamente, ya que nunca tuvo vínculos reales– de la Alemania nazi y presentar al movimiento opositor, el Partido Revolucionario de Unificación Nacional, como favorable al espíritu liberal de la democracia estadounidense. Los descontentos en las filas del ejército y el movimiento obrero lo apoyan,12 solamente le falta convencer a los círculos políticos de Estados Unidos de sus planes para abrir las puertas a la inversión extranjera y revertir la nacionalización de la industria petrolera. Su error de percepción es garrafal y le costará el apoyo estadounidense: Roosevelt jamás cuestionó ni se opuso a la decisión de Cárdenas de expropiar el petróleo en marzo de 1938;13 en la coyuntura estadounidense de 1940 esa historia resulta obsoleta y lo que importa es pasar de la política del Buen Vecino a la defensa hemisférica en contra del Eje. Del lado oficial mexicano, el presidente Cárdenas toma las riendas dejando a su candidato en la sombra mientras empuja discretos acercamientos entre el Departamento de Estado y la embajada en Washington para discutir posibles acuerdos en materia de cooperación militar.
En su edición del 1º de julio, el tratamiento editorial de life al fotorreportaje de Capa traduce de manera fiel el desarrollo de estos acontecimientos. Juan Andreu Almazán ya no es el líder de derecha que habla de levantamientos armados, sino un político mexicano típico, medio turbio pero bonachón, que conecta con sus seguidores, amante de los animales de campo y padre de una simpática muchacha de 17 años, “el candidato liberal de la reacción” –whatever that means tratándose de un conspicuo miembro de la familia revolucionaria. Ávila Camacho, por su parte, es designado por life como el “candidato moderado de los radicales”, el general divisionario “moderadamente pro-americano” que “sonrió amargamente” al enterarse de que Estados Unidos había ofrecido a México un crédito de cien millones de dólares para la modernización e incremento de sus fuerzas armadas. La tensión aumentaba, las elecciones se anunciaban competidas y la sombra de la violencia política –matazones por parte de ambos bandos en Zacapu y Cherán (Michoacán), Querétaro, Pachuca, Hermosillo, Monterrey– volvía a aparecer en el horizonte mexicano. Empero, los principales diarios del país remitían a páginas interiores la información relativa a las campañas electorales en favor de los acontecimientos en Europa.14
La jornada del domingo 7 de julio trajo consigo lo que todo mundo esperaba. Al disponer que las casillas sean instaladas por los primeros cinco ciudadanos que hagan acto de aparición en el lugar destinado para tal fin, la ley electoral vigente desde 1918 facilita los disturbios, la rebatinga de urnas, la intimidación mutua, el zafarrancho nacional y sus más de 45 muertes (30 de ellas acaecidas en el df) y, al final, la alquimia del voto. En suma, la organización efectiva de la elección como acto delictivo que resulta en los casi 2 millones 500 mil votos para Ávila Camacho, contra los apenas 151 mil logrados por Almazán. En su edición del 22 de julio, life aumenta a cien la cifra de muertos el día de la elección, “pero al menos México tuvo una elección ‘libre’ y eso es destacable”. La revista reproduce las imágenes captadas por Capa, en las cuales se muestran el entusiasmo y la brutalidad de ambos bandos, incluida la fotografía del supuesto primer muerto del día. Sin embargo, los editores de life no publicaron ninguna fotografía de Capa alusiva a la pelea campal entre miembros del ejército y almazanistas por el control de la casilla ubicada en el número 37 de la calle Monte Himalaya, donde el candidato oficial y el presidente de su partido, el general Heriberto Jara, habrían de esperar el paso del temporal para depositar, con la debida pompa y circunstancia, su voto. La detallada secuencia de violencia captada en las tomas de Capa no fenece con las noticias del día, sino que se mantiene inmortalizada hasta fecha entre las hojas de contacto que escrutaron sus editores en busca de materiales que se ajustaran a su criterio.
Final posible: bases por votos
Durante los meses que siguieron, la elección parecía no haber resuelto el conflicto político que consumía al país. Los resultados oficiales son cuestionados y el gobierno se sumerge en el desprestigio con el paso de las semanas. La oposición reclama su victoria en las urnas y anuncia la toma de posesión por Almazán el 1º de diciembre. El triunfo de Ávila Camacho valía poco sin el aval del gobierno estadounidense. A pesar de que se habían purgado aquellas comandancias y zonas militares que presumiblemente alojaban a simpatizantes de Almazán y se había ejecutado en Monterrey a su brazo derecho, Manuel Zarzosa, el 1º de septiembre se instala el congreso rebelde y tres semanas más tarde se anuncia el Plan de Yautepec alrededor del cual se organizará la sublevación a escala nacional.
Viene entonces el punto de inflexión para el gobierno de Cárdenas que, a lo largo de los meses siguientes e incluso más allá de la toma de posesión de Ávila Camacho, va a suscitar una incómoda polémica para los gobiernos saliente y entrante: el intercambio del apoyo estadounidense a Ávila Camacho a cambio de la cooperación de México en la defensa del hemisferio de acuerdo a los planes y estrategias de Estados Unidos, mismos que incluyen posiciones militares en territorio mexicano, una variación de la fórmula que a Roosevelt y sus estrategas ya les había funcionado al negociar el apoyo militar a Churchill a cambio de bases inglesas en el Caribe –arreglo que se conoció como Destroyers for Bases. Cárdenas pide, desde luego, la mayor secrecía, a fin de evitar el escándalo político. Las conversaciones entre los gobiernos tienen lugar en Washington. Como resultado del turbio juego de espejos entre diplomáticos y oficiales militares de ambos países, el 3 de agosto el Departamento de Estado presenta para aprobación del gobierno mexicano un aide-mémoire en el que se oficializa el uso de bases aéreas en territorio nacional por parte de Estados Unidos. Los puntos de interés son la bahía de Magdalena, así como los puertos de Acapulco, Guaymas, Mazatlán y Salina Cruz. El propio presidente Roosevelt le había sugerido a Sumner Welles, su hombre de confianza para asuntos hemisféricos y poderoso subsecretario de Estado, que gestionara con Cárdenas la obtención de la bahía de Magdalena y Salina Cruz a cambio de “un regalo o un préstamo”.15 Las filtraciones no tardan en aparecer en “La semana pasada”, desde donde Novo llamará socarronamente a esta historia el “eje Jiquilpan-Hyde Park”, en alusión al terruño natal de ambos mandatarios. En cualquier caso, hábil y mañosamente el gobierno de Cárdenas deja pendiente el asunto y manda el documento al archivo muerto mientras no suceda otra cosa. De manera simultánea, Miguel Alemán, coordinador de la campaña oficial, corre a Washington para disculparse a nombre de Ávila Camacho por los excesos cometidos durante el régimen cardenista y prometer el mejoramiento incondicional de las relaciones una vez que tomara posesión el nuevo presidente. La pronta respuesta de Estados Unidos se traduce en la negativa del gobierno para que cualquiera de sus representantes celebre reuniones con el opositor Almazán, así como en la aceptación del vicepresidente Henry Wallace para asistir como invitado de honor a la toma de posesión de Ávila Camacho.
Mientras esto ocurría, la tramitología a la que se había sometido Robert Capa en pos de su permiso de residencia parecía estar a punto de concluir. Sin embargo, su situación laboral en el país no dejaba de ser desesperada. El 21 de agosto de 1940 la policía le obstaculiza el acceso a la noticia más importante del momento: el asesinato de Trotski, de quien solamente podrá tomar una anodina fotografía momentos antes de ser incinerado. Sus tratos con la prensa local, en especial con miembros de El Popular, no dejaron de ocasionarle problemas con sus colegas extranjeros. Por ejemplo con la influyente Betty Kirk –corresponsal del Christian Science Monitor y amiga cercana de Agustín Arroyo, jefe de prensa de Cárdenas– quien aprovechaba cualquier ocasión para acusar a Capa de ser agente del comunismo internacional.16
Desde el edificio de Correos en Tacuba, el 5 de septiembre de 1940 Capa envía un telegrama a Julia anunciando su anhelado regreso a Estados Unidos: “Ya tengo mis papeles. De vuelta este mes. Amor”. El 10 de octubre, la garita de Laredo, Texas, registra su reingreso. Capa declara en la papeleta del servicio de aduanas su próximo destino: la ciudad de Nueva York. Quien fuera quizás el mayor fotoperiodista de todos los tiempos llegó y dejó el país sin otras noticias. Luego vendría el nombramiento del ex presidente Cárdenas, cuatro días después de Pearl Harbor, al mando único de la recién creada Región Militar del Pacífico, bajo la cual se agrupaban las costas occidentales de México, incluidos la bahía de Magdalena y los puertos de Acapulco, Guaymas, Mazatlán y Salina Cruz.