Gabriel García Márquez considera los discursos “como el más terrorífico de los compromisos humanos” pero cree que pueden tener utilidad práctica. Así lo pone de manifiesto en “Yo no vengo a decir un discurso”, el libro donde ha reunido los textos que escribió con la intención de ser leídos en voz alta.
Un libro donde se reconoce la prosa llena de música, duende y alma del escritor colombiano, premio Nobel de Literatura, y que se publica seis años después de su breve novela “Memoria de mis putas tristes”.
En “Yo no vengo a decir un discurso”, que salió a la calle ayer en España y Latinoamérica, publicado por Mondadori, García Márquez ha seleccionado veintidós textos que recorren su vida, desde el que escribió a los diecisiete años para despedir a sus compañeros del curso superior en Zapaquirá, en 1944; hasta el que leyó en México ante las Academias de la Lengua y los reyes de España, en 2007.
La poesía, la escritura, América Latina, el periodismo como el mejor de los oficios, el cine, el medio ambiente, sus amigos escritores o políticos, como el ex presidente de Colombia Belisario Betancur o el escritor Álvaro Mutis, son algunos de los temas de estas piezas literarias; porque es así como se pueden considerar a estos discursos o relatos impregnados de magia y sello personal.
En estas páginas el Nobel desvela por qué empezó a escribir y cómo empezó. “Yo comencé a ser escritor de la misma forma en que me subí a este estrado: a la fuerza”, dice el autor de “Cien años de soledad”.
Y esa aventura comenzó cuando el autor colombiano resolvió escribir un cuento “para taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda”, quien había escrito que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada.
Un cuento que el escritor mandó a El Espectador y que el periódico publicó un domingo a toda página, con una nota de Borda reconociendo que se había equivocado y que en ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana.
Luego García Márquez reconoce que “el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se práctica”.
COINCIDENCIAS
El libro recoge también el bello y comprometido discurso que el autor leyó al recibir el premio Nobel: “La soledad de América Latina”.
Una reivindicación, como escritor y como persona, de la singularidad de América Latina y en la que, en otras cosas, dice: “Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?”.
Y continúa: “¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?”
También en su encendida defensa de la imaginación escribe que “América Latina es el primer productor mundial de imaginación creadora, la materia básica más rica y necesaria del mundo nuevo...”.
Del periodismo dice el autor que se aprende “haciéndolo”, que la buena primicia “no es la que se da primero sino la que mejor se da”, o que la grabadora no es el sustituto de la memoria.
La publicación de “Yo no vengo a decir un discurso” coincide curiosamente con la próxima salida, el 3 de noviembre, de la nueva novela de Mario Vargas Llosa, “El sueño del celta”, un acontecimiento cargado de expectación por la reciente concesión del Nobel al escritor peruano.
Así, estarán juntos en las librerías los dos libros de los escritores más representativos del llamado boom latinoamericano, igualados por el premio Nobel, grandes amigos de antaño pero con algún problema personal que les hace ahora irreconciliables, y con multitud de seguidores.
Un libro donde se reconoce la prosa llena de música, duende y alma del escritor colombiano, premio Nobel de Literatura, y que se publica seis años después de su breve novela “Memoria de mis putas tristes”.
En “Yo no vengo a decir un discurso”, que salió a la calle ayer en España y Latinoamérica, publicado por Mondadori, García Márquez ha seleccionado veintidós textos que recorren su vida, desde el que escribió a los diecisiete años para despedir a sus compañeros del curso superior en Zapaquirá, en 1944; hasta el que leyó en México ante las Academias de la Lengua y los reyes de España, en 2007.
La poesía, la escritura, América Latina, el periodismo como el mejor de los oficios, el cine, el medio ambiente, sus amigos escritores o políticos, como el ex presidente de Colombia Belisario Betancur o el escritor Álvaro Mutis, son algunos de los temas de estas piezas literarias; porque es así como se pueden considerar a estos discursos o relatos impregnados de magia y sello personal.
En estas páginas el Nobel desvela por qué empezó a escribir y cómo empezó. “Yo comencé a ser escritor de la misma forma en que me subí a este estrado: a la fuerza”, dice el autor de “Cien años de soledad”.
Y esa aventura comenzó cuando el autor colombiano resolvió escribir un cuento “para taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda”, quien había escrito que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada.
Un cuento que el escritor mandó a El Espectador y que el periódico publicó un domingo a toda página, con una nota de Borda reconociendo que se había equivocado y que en ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana.
Luego García Márquez reconoce que “el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se práctica”.
COINCIDENCIAS
El libro recoge también el bello y comprometido discurso que el autor leyó al recibir el premio Nobel: “La soledad de América Latina”.
Una reivindicación, como escritor y como persona, de la singularidad de América Latina y en la que, en otras cosas, dice: “Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?”.
Y continúa: “¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?”
También en su encendida defensa de la imaginación escribe que “América Latina es el primer productor mundial de imaginación creadora, la materia básica más rica y necesaria del mundo nuevo...”.
Del periodismo dice el autor que se aprende “haciéndolo”, que la buena primicia “no es la que se da primero sino la que mejor se da”, o que la grabadora no es el sustituto de la memoria.
La publicación de “Yo no vengo a decir un discurso” coincide curiosamente con la próxima salida, el 3 de noviembre, de la nueva novela de Mario Vargas Llosa, “El sueño del celta”, un acontecimiento cargado de expectación por la reciente concesión del Nobel al escritor peruano.
Así, estarán juntos en las librerías los dos libros de los escritores más representativos del llamado boom latinoamericano, igualados por el premio Nobel, grandes amigos de antaño pero con algún problema personal que les hace ahora irreconciliables, y con multitud de seguidores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario