Magnetismo y gravedad.

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domingo, 3 de octubre de 2010

El Tango y Paris.


Eduardo Arolas murió en París y algunos de sus mejores tangos están dedicados a esa ciudad o fueron inspirados en sus calles o sus cafetines. “Comme il faut”, “El Marne”, “Plaza Pigalle”, son algunos de los ejemplos que dan cuenta de la relación especial que mantuvo Arolas con París.

No fue el primero y, por supuesto, no será el último. Desde el Vasco Aín y los bailarines Celestino Ferrer, Eduardo Monelas y Vicente Loduca, pasando por los niños bien que despilfarraban salud y dinero en las noches de Montmartre, hasta Piazzolla que aprendió sus mejores lecciones de tango en París bajo la mirada exigente de Nadia Boulanguer, sin dejar de lado a bandoneonistas como Mederos o Mosalini que viven o regresan a París cada vez que pueden, los capítulos más interesantes del tango refieren a esa ciudad a través de la obra de sus músicos, bailarines y poetas.

Gardel debutó en París el 2 de octubre de 1928 -fecha emblemática para los iniciados- en el cabaret Florida. Según los entendidos a partir de ese momento nunca más se fue de París. En la Ciudad Luz vivió en la calle Spontoni, frecuentó los mejores locales nocturnos y la leyenda habla que allí conoció a sus amantes más cálidas. También se dice que en París encontró una noche a un Pascual Contursi destruido por la pobreza y la locura. A “Bandodeón arrabalero” accedió en esas circunstancias.

El repertorio de tangos dedicados a París por parte de Gardel es abundante. Entre los más destacados se encuentra “Anclao en París” escrito en 1930 en Barcelona por Enrique Cadícamo. En ese tango están expresados como mitos las ilusiones y los desencantos del porteño en su relación con la capital de Francia. El otro gran tango situado en París escrito por Cadícamo es “Madame Ivonne”. La música es de Eduardo Pereyra y la interpretación que hace Julio Sosa con el recitado es antológica.

La mitología dice que el tango se inició como música del hampa y los bajos fondos hasta que adoptado por París regresó al Río de la Plata con credenciales respetables. El relato pretende reforzar -a veces con un leve toque de ironía- la leyenda de que en la Argentina por razones snob sólo adquiere respetabilidad lo que es consagrado en París. Algo de razón tienen los que así piensan, pero sólo algo, porque el tango ya era respetable y se estaba enriqueciendo como género cuando llegó la hora de París.

Es verdad que los niños bien y la bohemia porteña se embarcaban a París porque se había constituido en la carta a credencial de todo aspirante a bon vivant y poeta atormentado. Raúl González Tuñón, que tanto tiene que ver con el tango, escribe uno de sus poemas más lindos al bulevar Saint Michelle, el corazón del barrio Latino.

El viaje a París da lugar también a la picaresca. Justamente el tango “Araca París”, de Carlos Lenzi y Damián Collazo, es el que recrea el mito clásico de “morocho y argentino, rey de París”. La letra en realidad es una tomada de pelo a cierto tipo de argentino que supone ser el más vivo del mundo hasta que la dura realidad le demuestra lo contrario.

De todos modos, ya antes de los célebres años veinte músicos y poetas peregrinan a París. Manuel Pizarro fundó en esos años el mítico cabaret “El garrón”, templo del tango por donde habrán de desfilar los personajes más reconocidos de la colonia argentina en Francia. Manuel Pizarro precisamente es quien compondrá la música de un excelente tango que luego interpretara Gardel con su habitual maestría. Se trata de “Noches de Montmatre” escrito en 1932 por Carlos Lenzi.

Ignacio Corsini para esa misma época graba uno de sus grandes temas: “La que murió en París”, un poema escrito por Pedro Blomberg y musicalizado por Enrique Maciel. “La que murió en París”, además de ser un hermoso y trágico poema, relata la agonía de Elsa French, según la leyenda, descendiente del prócer. El tango habla de los castaños del bulevar; de la lluvia y la nieve; del frío y la muerte y de los argentinos que se refugiaron allí detrás de un sueño, una fantasía o un amor.

Otra letra ambientada en París y que está muy bien escrita es “Claudinette”. Su autor es nada más y nada menos que el gran Julián Centeya y la música es de Enrique Delfino. “Claudinette” narra un amor en París y lo hace con hermosas palabras: “Medianoche parisina/ en aquél café concert/ como envuelta en la neblina de una lluvia gris y fina/ te vi desaparecer...”.

Los hermanos Expósito no podían mantenerse al margen del mito y escribieron “Siempre París” donde con su habitual maestría enumeran no los hechos sino los mitos que acompañan a París: el mal de Koch, el pernod, la neblina, el cabaret...

Otro tango que tiene a París como escenario es “Bajo el cono azul de luz”. La letra es de Carmelo Volpes y la música de Alfredo de Angelis. La interpretación que hace Floreal Ruiz es excelente como son excelentes las glosas del inicio. La imagen de uno de sus versos es perfecta y terrible: “Mariposa que al buscar la luz del sol/ sólo encontró la luz azul de un reflector”.

París también estuvo presente en los tangos llamados instrumentales. El más célebre es “Canaro en París”, dedicado al maestro Francisco Canaro. La música la compusieron Alejandro Scarpino y Juan Caldarella. Hay muchas versiones de este tango emblemático. Particularmente, recomiendo la de José Basso. Finalmente habría que mencionar el tango “A Montmartre” compuesto por Enrique Delfino con letra de Pascual Contursi.

Como se podrá apreciar, París y el tango han mantenido una relación íntima y a su vez pública. París es la Meca, es el templo, es la ciudad que otorga la credencial de hombre de la noche y es el escenario del amor y la tragedia, de la felicidad y la muerte. En París se ama y se sufre, se crea y se disfruta.

“Volver” no menciona a París, pero nada nos cuesta imaginar que el personaje que supone que es un soplo la vida y retorna con la frente marchita lo hace desde París. “La viajera perdida”, ese excelente poema de Blomberg, se va a Francia, llega a Tolón, pero todo sabemos que su destino es París aunque no lo mencione. Algo parecido puede decirse de “Lejos de Buenos Aires”, escrito por Oscar Rubens e interpretado por la orquesta de Miguel Caló con la voz de Raúl Berón. Acá tampoco se menciona a París, pero podemos permitirnos creer que el protagonista habla desde París.

París está en los detalles de la noche de la ciudad criolla. En el nombre de sus cabaret, de sus lugares de citas, en el apodo de sus mujeres. “De Esmeralda al norte/ pal lao de Retiro/ Montparnasse se viene al caer la oración/ es la francesita que con un suspiro nos roba el engrupe de su corazón”.

La ciudad le abre al tango sus mejores puertas. El viaje es de ida y vuelta. Durante años los músicos y los poetas van a probar fortuna a París. Para Enrique Cadícamo sin embargo el viaje tiene una particular vuelta de tuerca. Dice el autor de “Madame Ivonne”: “En mis años mozos, muchos porteños iban a París a hacerse unos pesos, pero no era mi caso”.

—¿Por qué? -pregunta curioso el periodista.

Cadícamo contesta con ese tono seco, algo malhumorado, algo compadrón, algo cínico, la diferencia era sutil pero importante:

—Ellos iban a hacer plata, yo iba a gastarla.

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