El milagro venezolano inundó Berlín: sir Simon Rattle dirigió a un centenar de jóvenes de Venezuela en una sesión histórica que consagró de manera definitiva, desde el máximo escenario de la música en el planeta entero, el éxito definitivo del sistema bolivariano de orquestas que ya cambió la perspectiva del futuro de ese país y ahora brinda al mundo sus frutos.
La Orquesta Bolivariana Teresa Carreño, antesala del conjunto sinfónico Simón Bolívar, que dirige Gustavo Dudamel, realiza una gira por distintas capitales europeas dirigida por el joven Christian Vázquez, quien también sella así su consagración, y como parte de ese periplo realizó una presentación central la noche del lunes en la mejor sala de conciertos del orbe, la Philarmonie, sede de la Filarmónica de Berlín.
En la primera parte del programa empuñó la batuta Christian Vázquez, con una versión deslumbrante de la Quinta Sinfonía de Beethoven, para dejar el podio en el segundo periodo a sir Simon Rattle, quien a su vez emprendió otra Quinta Sinfonía, esta vez del ruso Serguei Prokofiev.
La sala llena se convirtió en un caldero de alegría. Los jovencitos venezolanos volteaban a su alrededor, asombrados de tantos alaridos, aplausos, júbilo, aclamaciones, como si fuera la fiesta de cumpleaños de cada uno de ellos y no pudieran creer tantos, tantísimos aludes de cariño y reconocimiento multitudinario.
Más de cien rostros morenos en el escenario. Púberes alegres fueron llenando el atrilerío portando sus instrumentos como antorchas prometeicas. Algunas jovencitas eran mucho más pequeñas que sus contrabajos, que cargaban cuesta arriba desde los camerinos hacia el foro, como combatiendo contra un mar furioso, que finalmente vencieron.
La Quinta de Beethoven es uno de los emblemas de la orquesta mayor de Venezuela, la Simón Bolívar. La diferencia con la versión de la Orquesta Teresa Carreño, que deslumbró, consistió en una velocidad endemoniada. Los aullidos del público al final de la obra condujeron a un intermedio convertido en fiesta.
Abrazado por todos, protegiendo, aconsejando y mimando a los jovencitos en sus camerinos, el maestro José Antonio Abreu, llamado cariñosamente por sus músicos El Abuelo, dijo a La Jornada: “este milagro es un producto de mucho trabajo, serio, maduro, largo, reflexivo, que tiene ya 36 años de construirse en Venezuela y que crece todos los días con miles de maestros, niños y jóvenes, y hoy prácticamente no hay un pueblo venezolano que no quiera construir su orquesta y su coro”.
México, recordó Abreu, “ha estado con nosotros desde el principio. El maestro Carlos Chávez, el maestro Eduardo Mata en memoria sagrada, por supuesto mantenemos un vínculo profundo”.
Lo que sigue, anunció José Antonio Abreu: “seguir creciendo, seguir luchando para que la América Latina toda se integre para el esfuerzo común. Para que logremos juntos el sueño bolivariano”.
La segunda parte del programa fue uno de los momentos musicales más finos, delicados, exquisitos, que se hayan vivido en la Philharmonie, que es la Meca de la música en el mundo: la Quinta Sinfonía de Prokofiev es una partitura de gran profundidad y extrema dificultad técnica en su interpretación.
Sir Simon Rattle, director de la Filarmónica de Berlín, envuelto en la vorágine desatada por el arte sonoro en la sede de esa orquesta de prestigio universalFoto Pablo Espinosa
Lo que sonó fue antología. Vaya, hubo inclusive largos pasajes en los cuales Rattle de plano bajó los brazos y dejó a los niños y jóvenes tocar solos, práctica que solamente logran las orquestas que ya poseen un dominio técnico absoluto. Sir Simon Rattle se limitaba a marcar los acentos, las nuances, las declinaciones dramatúrgicas y dirigió a estos muchachos que son orgullo de Latinoamérica como si tuviera enfrente a su orquesta, la Filarmónica de Berlín, que es por cierto la mejor del mundo. La orquesta que tenía frente a sí este hombre que es una luminaria, es un conjunto de niños y jóvenes que tienen una vida sencilla, muy parecida a la de los niños y jóvenes mexicanos, y que han encontrado un sentido profundo a su existencia, se dediquen en el futuro a ser músicos o a lo que quieran, pues, recordó el maestro Abreu lo que La Jornada ha informado con anterioridad: el éxito del sistema de orquestas y coros infantiles y juveniles de Venezuela consiste no en formar estrellas, sino simplemente mejores personas.
El final fue de antología: tres piezas de regalo. En la primera, Rattle bajó del podio y se sentó en la octava fila, junto a José Antonio Abreu y lanzó al podio y entregó la batuta al joven Christian Vázquez, quien comenzó la fiesta: una melodía venezolana que la orquesta interpretó al mismo tiempo que bailaba.
Segunda pieza de regalo: Rattle regresa al podio, retoma la batuta pero ahora se despoja del frac y se pone la chamarra con los colores de la bandera de Venezuela y dirige Malandro, del argentino Ginastera, y si ya todo era una fiesta en la que todos, los músicos en escena y el público en sus butacas, Rattle volvió a subir a Vázquez al estrado mientras el director titular de la Filarmónica de Berlín, que ya se había sentado como uno más entre el público, ahora se entremezcló con los muchachos de la sección de percusiones, tomó un cencerro y tocó como un venezolano, dirigido por un muchacho, el Mambo de las danzas sinfónicas de West Side Story, de Leonard Bernstein.
La locura. Si al principio había alemanes que no podían creer lo que veían, ahora todos aclamaban a Rattle igual que a los muchachitos venezolanos, todos con la bandera del país hermano y a un gesto de Rattle, todos se despojaron de la chamarra-bandera y las lanzaron hacia el público. Y ahora todos eran uno: músicos, niños, jóvenes, una concertino pequeñita en estatura y talla pero gigantesca en talento, público rubio y uno que otro moreno. Felicidad, todo se volvió abrazos y abrazos, y tradujeron el símbolo universal de un abrazo: cuando dos se abrazan es porque comparten la misma felicidad.
He aquí el milagro venezolano, que ahora contagia el mundo. La cepa de esta epidemia bondadosa quedó sembrada en el ombligo, en la Meca, en el alfa y el omega del mundo musical: la sala sede de la Filarmónica de Berlín.
El mundo convertido en un abrazo.
Felicidad verdadera.
Y como los milagros son producto del trabajo serio, largo, reflexivo, gozoso, la sala entera se volvió un abrazo unísono.
La Orquesta Bolivariana Teresa Carreño, antesala del conjunto sinfónico Simón Bolívar, que dirige Gustavo Dudamel, realiza una gira por distintas capitales europeas dirigida por el joven Christian Vázquez, quien también sella así su consagración, y como parte de ese periplo realizó una presentación central la noche del lunes en la mejor sala de conciertos del orbe, la Philarmonie, sede de la Filarmónica de Berlín.
En la primera parte del programa empuñó la batuta Christian Vázquez, con una versión deslumbrante de la Quinta Sinfonía de Beethoven, para dejar el podio en el segundo periodo a sir Simon Rattle, quien a su vez emprendió otra Quinta Sinfonía, esta vez del ruso Serguei Prokofiev.
La sala llena se convirtió en un caldero de alegría. Los jovencitos venezolanos volteaban a su alrededor, asombrados de tantos alaridos, aplausos, júbilo, aclamaciones, como si fuera la fiesta de cumpleaños de cada uno de ellos y no pudieran creer tantos, tantísimos aludes de cariño y reconocimiento multitudinario.
Más de cien rostros morenos en el escenario. Púberes alegres fueron llenando el atrilerío portando sus instrumentos como antorchas prometeicas. Algunas jovencitas eran mucho más pequeñas que sus contrabajos, que cargaban cuesta arriba desde los camerinos hacia el foro, como combatiendo contra un mar furioso, que finalmente vencieron.
La Quinta de Beethoven es uno de los emblemas de la orquesta mayor de Venezuela, la Simón Bolívar. La diferencia con la versión de la Orquesta Teresa Carreño, que deslumbró, consistió en una velocidad endemoniada. Los aullidos del público al final de la obra condujeron a un intermedio convertido en fiesta.
Abrazado por todos, protegiendo, aconsejando y mimando a los jovencitos en sus camerinos, el maestro José Antonio Abreu, llamado cariñosamente por sus músicos El Abuelo, dijo a La Jornada: “este milagro es un producto de mucho trabajo, serio, maduro, largo, reflexivo, que tiene ya 36 años de construirse en Venezuela y que crece todos los días con miles de maestros, niños y jóvenes, y hoy prácticamente no hay un pueblo venezolano que no quiera construir su orquesta y su coro”.
México, recordó Abreu, “ha estado con nosotros desde el principio. El maestro Carlos Chávez, el maestro Eduardo Mata en memoria sagrada, por supuesto mantenemos un vínculo profundo”.
Lo que sigue, anunció José Antonio Abreu: “seguir creciendo, seguir luchando para que la América Latina toda se integre para el esfuerzo común. Para que logremos juntos el sueño bolivariano”.
La segunda parte del programa fue uno de los momentos musicales más finos, delicados, exquisitos, que se hayan vivido en la Philharmonie, que es la Meca de la música en el mundo: la Quinta Sinfonía de Prokofiev es una partitura de gran profundidad y extrema dificultad técnica en su interpretación.
Sir Simon Rattle, director de la Filarmónica de Berlín, envuelto en la vorágine desatada por el arte sonoro en la sede de esa orquesta de prestigio universalFoto Pablo Espinosa
Lo que sonó fue antología. Vaya, hubo inclusive largos pasajes en los cuales Rattle de plano bajó los brazos y dejó a los niños y jóvenes tocar solos, práctica que solamente logran las orquestas que ya poseen un dominio técnico absoluto. Sir Simon Rattle se limitaba a marcar los acentos, las nuances, las declinaciones dramatúrgicas y dirigió a estos muchachos que son orgullo de Latinoamérica como si tuviera enfrente a su orquesta, la Filarmónica de Berlín, que es por cierto la mejor del mundo. La orquesta que tenía frente a sí este hombre que es una luminaria, es un conjunto de niños y jóvenes que tienen una vida sencilla, muy parecida a la de los niños y jóvenes mexicanos, y que han encontrado un sentido profundo a su existencia, se dediquen en el futuro a ser músicos o a lo que quieran, pues, recordó el maestro Abreu lo que La Jornada ha informado con anterioridad: el éxito del sistema de orquestas y coros infantiles y juveniles de Venezuela consiste no en formar estrellas, sino simplemente mejores personas.
El final fue de antología: tres piezas de regalo. En la primera, Rattle bajó del podio y se sentó en la octava fila, junto a José Antonio Abreu y lanzó al podio y entregó la batuta al joven Christian Vázquez, quien comenzó la fiesta: una melodía venezolana que la orquesta interpretó al mismo tiempo que bailaba.
Segunda pieza de regalo: Rattle regresa al podio, retoma la batuta pero ahora se despoja del frac y se pone la chamarra con los colores de la bandera de Venezuela y dirige Malandro, del argentino Ginastera, y si ya todo era una fiesta en la que todos, los músicos en escena y el público en sus butacas, Rattle volvió a subir a Vázquez al estrado mientras el director titular de la Filarmónica de Berlín, que ya se había sentado como uno más entre el público, ahora se entremezcló con los muchachos de la sección de percusiones, tomó un cencerro y tocó como un venezolano, dirigido por un muchacho, el Mambo de las danzas sinfónicas de West Side Story, de Leonard Bernstein.
La locura. Si al principio había alemanes que no podían creer lo que veían, ahora todos aclamaban a Rattle igual que a los muchachitos venezolanos, todos con la bandera del país hermano y a un gesto de Rattle, todos se despojaron de la chamarra-bandera y las lanzaron hacia el público. Y ahora todos eran uno: músicos, niños, jóvenes, una concertino pequeñita en estatura y talla pero gigantesca en talento, público rubio y uno que otro moreno. Felicidad, todo se volvió abrazos y abrazos, y tradujeron el símbolo universal de un abrazo: cuando dos se abrazan es porque comparten la misma felicidad.
He aquí el milagro venezolano, que ahora contagia el mundo. La cepa de esta epidemia bondadosa quedó sembrada en el ombligo, en la Meca, en el alfa y el omega del mundo musical: la sala sede de la Filarmónica de Berlín.
El mundo convertido en un abrazo.
Felicidad verdadera.
Y como los milagros son producto del trabajo serio, largo, reflexivo, gozoso, la sala entera se volvió un abrazo unísono.
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